El amor me cae más mal que la primavera. Una mirada insolente al amor.
Como lo señala Pablo Solana en su prólogo, El amor me cae más mal que la primavera fue un libro que compuso Roque Dalton en el período anterior a su retorno definitivo a El Salvador, en 1973. Solana nos descubre a un Dalton en medio de la clandestinidad preparatoria a su incorporación a las filas del ERP, en un ejercicio retrospectivo de valoración de su obra poética.
Fue en ese período que aprovechó el tiempo de aislamiento que le imponía la vida clandestina para terminar de corregir y ordenar su poesía completa, incluidos los 29 poemas que agrupó bajo el título El amor me cae más mal que la primavera y que dejó preparados para ser publicados cuando llegara la ocasión (Dalton, 2025, p. 11).
En este ejercicio poético-político-espiritual casi ascético, Dalton recompone su obra publicada anterior, según lo muestra Rafael Lara Martínez en el estudio introductorio al primer volumen de No pronuncies mi nombre, la poesía completa de Roque. Como lo dicen sus editores, esta es la primera vez en que El amor me cae más mal que la primavera se publica como libro independiente, con el aporte que significa el estudio de Pablo Solana, quien dialoga con la periodización de la obra de Roque propuesta por Luis Melgar Brizuela en su tesis doctoral Las brújulas de Roque Dalton y las hermosas ilustraciones de Daniela Ruggeri, Ignacio Pardo Vasquez, Ilga (Rasan Abu Apara), Cesar Daniel Mosquera, Óscar Vásquez-Coraspe, Valentina Aguirre y Kael Abello. Cuenta además con una hermosa portada con una foto de Chinolope y una sección de fotografías en el interior. Es el producto del esfuerzo de tres editoriales independientes: Nila Ediciones, La Fogata y Dogma Editorial, de Venezuela, Colombia y México, respectivamente, y del colectivo gráfico Utopix que hizo el diseño de este libro. Se ha presentado por estos días en Colombia, Venezuela y México, y lo hace conmemorando los 90 años del poeta.

El amor me cae más mal que la primavera recoge poemas de distintas épocas y de distintas relaciones amorosas, incluyendo la del poeta con su compañera afectiva antes de volver a El Salvador, la teatrista Miriam Lezcano, a quien le dedica el volumen. Hay un hilo conductor en este trabajo: una mirada insolente al amor. Esta insolencia significa: irreverencia, desacralización del pretendido amor romántico, como lo plantearon anteriormente en un artículo Daniela Lauria y Pablo Solana. Hay en él sentido del humor, pero también sentido del amor. Irónico, amoroso, burlón, embelesado, ensatanado, angelical, de barro, Dalton nos muestra el amor palpable, el amor y sus claroscuros, tan ajeno a la “preciosista momificación sonetaria y bibelotística”, sino más bien, un amor invadido “por la vida invasora de la vida, inundada por las otras formas de la creación humana y a la vez inundadora de ellas”, para decirlo con las palabras que escribió en otro contexto.
Así, el poeta se niega, a no ser irónicamente, a caer en lugares comunes como “la enumeración localista” para comparar lugares geográficos con el cuerpo de la mujer amada: “Sólo diré que adoro hacerte así con el dedo meñique en lo que vendría a ser el lago de Atitlán” (Dalton, 2025, p. 43). En algunos de sus pasajes, Roque estira la imaginación a límites insospechados:
Oliendo a leche como una sala cuna de Baltimore
con el ritmo de una prostituta balinesa
o el de un gol de Pelé pintado por Chagall camina
a la orilla del mar mi poetisa joven 1969 (Dalton, 2025, p. 61).
O en este otro: “Al ir a besarle las mejillas estalló en sellos postales cubanos e indonesios color sepia y tutti-frutti” (Dalton, 2025, p. 64). Solana habla del guiño cortazariano que se encuentra en el poema “Cortazariana”, cuando Dalton ocupa la expresión “verla desnuda y retilar su murta”, ejemplo del glíglico, el lenguaje amoroso que se inventan Oliveira y La Maga en Rayuela, en sus encuentros amorosos. Hay otro guiño del gran Julio, casi inadvertido, agazapado:
Gracias oh flor por su recuerdo
gracias pajarito gruñón
por despertarme en ella (Dalton, 2025, p. 38).
La expresión “pajarito gruñón” es hermana siamesa del “pajarito mandón”, cuya primera aparición es en el texto “Louis, enormísimo cronopio”, de Cortázar
Parece que el pajarito mandón –más conocido por “Dios”– sopló en el flanco del primer hombre para animarlo y darle espíritu. Si en vez del pajarito hubiera estado ahí Louis para soplar, el hombre habría salido mucho mejor.
No quiero descolgarme de donde estamos para hablar de la presencia de Dios en la poesía de Roque, pero el “pajarito mandón” es una de sus advocaciones, igual a la “suerte loca”, con que aludía a Dios en conversaciones con poetas católicos como Ernesto Cardenal, Cintio Vitier y Fina García Marruz.
La ironía y también la autoironía están presentes en este poemario. En uno de los poema se imagina inmerso en una relación amorosa con una mujer que encarna cierto ideal femenino: escultural, elegante, “como las mujeres de Hemingway, más propia para novia de un piloto de Air France”, que para un poeta pobre del Tercer Mundo:
Ay, muchacha,
de seguro que tú eras para otro,
en alguna parte alguien cometió un error estupendo:
el poeta no tiene más remedio
que rendirse a la felicidad, llamarte
(por no dejar) “mi bestia espléndida”
e incorporarte a su dolorosa cultura,
como los pajarracos de la noche abren su nido al ave del paraíso.
Finalmente, el clímax de la ironía, o uno de sus clímax -nunca mejor empleado el término- es “En los tiempos de las cruzadas fue un verdadero azote”, donde el poeta traza una sintomatología del amor como una terrible enfermedad infecto-contagiosa, citando al médico del siglo XIX Georges Delafoy, a quien le hace decir que el mejor remedio para combatir ese azote es aislar a los enfermos entre sí.
El poemario cierra con “Hasta luego”. Roque tiene el don de partir de una situación cotidiana entre parejas, como el reclamo hacia una de las partes por su impuntualidad. El poema transmite agitación, desespero, o una misteriosa esperanza que se cultiva en la desesperación, en el tiempo que se va de las manos, de la vida:
siempre que vuelva será temprano
e incluso a lo mejor
será temprano para siempre
no te enojes duerme
un poquito
ahora es demasiado tarde pero yo
voy a correr
en un sentido contrario
al del mundo
para que se nos haga más temprano a todos
contra el sol voy a correr
apretando los ojos
hasta que todo lo demasiado tarde desaparezca
Es también una bella alegoría de la revolución. En uno de sus poemas de la cárcel, “Huelo mal”, dice: “Huelo a cuando es ya tarde para todo”. Pero aquí el “demasiado tarde” cercano al infortunio, a la muerte, a la cárcel, se cancela en la desesperación kierkegaardiana del poeta que espera ganar la guerra contra el tiempo e instaurar el tiempo de la redención. Es una perfecta forma de comenzar la relectura de este libro.
LUIS ALVARENGA (El Salvador, 1969). Poeta, narrador, ensayista, docente, investigador del Departamento de Filosofía de la Universidad Centroamericana «José Simeón Cañas». Es doctor en filosofía iberoamericana por la UCA de San Salvador. Ha publicado en poesía: Otras guerras (1990); Libro del sábado (2000); Dante (2012); Hotel Central (2013) y Las florecidas arboledas del mar (2013). Entre su obra de investigación literaria y filosófica figuran El ciervo perseguido. Vida y obra de Roque Dalton (2002 y una segunda edición, corregida y aumentada, 2017); y Roque Dalton: la radicalización de las vanguardias (2010). Es autor de dos libros sobre los medios de comunicación de la guerrilla salvadoreña: Tiempos de audacia: Los mass-media de una guerrilla; y La gramática de la pólvora: los debates en la prensa revolucionaria salvadoreña, 1971-1979. Es el compilador de la antología poética Esto soy, de Claribel Alegría, y de la Obra escogida de Roberto Armijo. Es el autor del estudio introductorio y la cronología del volumen Poesía escogida, de Roque Dalton, publicado por la Colección Biblioteca Ayacucho, en Caracas. Dirigió la revista Cultura y el «Suplemento Literario Tres Mil». Es coeditor de los Cursos universitarios, de Ignacio Ellacuría, junto a Héctor Samour, y del volumen Ignacio Ellacuría: Utopía y teoría crítica, con Juan José Tamayo.