El pez de los sueños de Wifredo Machado: diálogo y subversión en la novela venezolana

Anotaciones sobre infancia, poder y escritura

De manera resumida, esta novela[1] refiere las aventuras de tres niños (Guadalupe, Roy y Benjamín) en una isla sin nombre ubicada en el archipiélago de Las Comoras en el océano Índico. Los niños se refugian en la biblioteca de la casa llamada “El Santuario”, con lo que de algún modo evaden la educación autoritaria y represiva del padre. Allí, en implícita complicidad, descubren un lenguaje y una manera secretas de ver y entender lo que los rodea: el sonido del mar, la sombra de un insecto, el canto de las antiguas sirenas. Estructurada en 52 capítulos y varios “textos apócrifos” la novela no está organizada, al modo convencional, en una estricta secuencia narrativa y temporal.  Sin embargo, sus distintos capítulos mantienen una misma línea argumental y temática. En algunos de estos se juega a la inversión temporal y otros pueden ser leídos como narraciones independientes. Como parte de su estrategia creadora, la novela otorga al lector la posibilidad de “armar” su propia lectura.  

Novela fascinante, pero de complejo diseño, suerte de caleidoscopio o lúdico o rompecabezas que incita a la participación del lector, sus personajes, como la isla misma en la que se desarrolla, están en permanente transfiguración, generándose así una sensación de recomienzo, como si en ella nada terminara.  Tal es el sentido de los “textos apócrifos”: juegan a la reinvención y reinterpretación de la novela.  De alguna manera la isla por ser un tanto mítica, está siempre metamorfoseándose, como la obra misma.  Su escritura fabulosa, transgresiva, poética, reflexiva, avanza sinuosamente tras la narración de aventuras fantásticas. El Pez de los sueños cautiva desde sus inicios debido a su cualidad notablemente poética e imaginativa. En el reverso de las aventuras de los niños se teje entre líneas una significativa reflexión en torno al poder, el dinero, la autoridad, la infancia y sobre la misma elaboración del texto novelesco. El poder, como el sueño, configura   una red de relaciones polimorfas que enmarcan la actuación de los niños, sus vínculos entre ellos, con el mundo y particularmente con el padre. Al atravesarlo todo, el poder y el sueño son secretos vectores que organizan de algún modo la misma fabulación mítica y onírica de la novela.

Original en su audacia inventiva y de escritura,[2] en ella resuenan y dialogan múltiples lenguajes y tradiciones literarias: desde la Biblia, pasando por Las mil y una noches, Homero, hasta llegar a Stevenson, Melville, William Golding, Kafka, Borges, Cortázar, Bioy Casares. En el ámbito específico de la literatura venezolana El pez… dialoga con diversos autores y textos. Mencionemos sólo algunos: J.A. Ramos Sucre, Teresa de la Parra, Enrique B. Núñez, Julio y Salvador Garmendia, Guillermo Meneses. El Pez de los sueños es un palimpsesto de referencias culturales y de secretos diálogos de textos.

Quimera, fantasía y ardid, el poder, se nos dice en la novela, está tanto en la codicia de los hombres, en el valor de las cosechas como en el humor de los avaros o en las intrigas palaciegas. Los niños, que desean secretamente subvertir toda forma de autoridad, constituyen una especie de república que tiene en “El Santuario” su sede de operaciones. Desde sus acciones, a veces violentas, enfrentan el poder de los adultos y del padre. Este es un negociante de antigüedades para quien el dinero es su instrumento de supremacía. En algún momento muestra a sus hijos una colección de monedas antiguas pertenecientes a un anciano. “Era una colección tan valiosa como la que padre atesoraba en la caja fuerte…En aquel entonces, mientras las admirábamos, … pensamos que su valor era la quimera inútil del poder cuando enfrenta el hacha del verdugo” (Machado, 2022: 42).  El universo, según lo ven los niños, parece regido por ese poder del dinero.

En esa república de los niños el padre es al comienzo una figura disciplinaria. Impone un orden severo fundado en la vigilancia y el castigo pero que será constantemente subvertido por los hijos, quienes inventan un lenguaje hermético, hecho de “silencios, gestos, leves movimientos de los ojos y manos” (p. 19) que les permitirá franquear los controles autoritarios. De la madre casi nada se dice, convirtiéndose prácticamente en una ausencia pues muere cuando da a luz a su hija Guadalupe.  Los niños crecen sin el resguardo de una familia que los ampare, organice u oriente su educación. Cuando en su ancianidad el padre pierde facultades, los niños desconocen su antiguo poder y lo subestiman.  Las obras de arte, las pinturas de artistas como Goya o Hieronimus Bosch a los que los niños acceden en “El Santuario” son para ellos instrumentos de liberación, desde las visiones oníricas que les transmiten en las que los adultos aparecen como grotescos fantasmas.  Ya en sus primeras páginas, a través de la convivencia de los niños en la biblioteca entre libros, antigüedades y objetos de arte, la novela nos hace saber que la trama narrativa es también una trama simbólica en la que la metáfora o la ironía proponen una constante reconfiguración del lenguaje.  

Más allá del relato de sus aventuras que nos podría hacer pensar en una novela juvenil, encontramos una novela culta que juega con múltiples códigos y lenguajes y apuesta, como lo hemos sugerido, a la experimentación, al juego de tiempos y de fragmentos discursivos y narrativos y, por lo tanto, a una lectura abierta, que se resiste a una única interpretación. Cada personaje y cada acontecimiento tienen su reverso, proponiendo más allá de lo argumental, otra lectura que se abre a lo fantástico o fantasmal, al mito, a los sueños. El nombre mismo de la novela deriva de unos peces llamados “salemas” que tienen el poder de hacer soñar, incluso “sueños dentro de sueños” (p. 58). Es decir, hay una conciencia crítica de la ficción como universo onírico y especular, tal como lo deja ver Guadalupe al preguntarse “¿quién está soñando esta historia?” (p. 54).  Así, los niños, que son aparentemente tres, se ven en algunas ocasiones enfrentados a otros que parecieran ser sus dobles especulares, fantasmáticos. En otra escena narrativa, la primera impresión que tiene el joven profesor Jonás al llegar al colegio en el que trabajará, es la de que este es hospicio, prisión o cementerio. Como en El Castillo de Kafka, este joven desconoce la autoridad que lo dirige.  

Entregados los niños a sus aventuras, el despliegue de estas en la isla los lleva a adquirir en algún momento un grado tal de autonomía que les hace despreciar al padre o enfrentarse a cualquier jerarquía, como la que encarna o simboliza el profesor Jonás, un nombre como otros en la novela, de definidas resonancias míticas y bíblicas.  Aunque al inicio de la novela vemos a los niños en la biblioteca, se nota en ellos y particularmente en Guadalupe, una perversidad que los lleva al crimen. Luego observamos que el conocimiento empírico de la vida que alcanzarán en la isla los convierte en personajes un tanto brutales o salvajes, transgresores de todo tipo de autoridad. Ocurre en ellos una transformación: el medio agreste insular los vuelve indómitos. De ser niños lectores en “El Santuario”, la isla los transforma en niños crueles, que se niegan al sometimiento de los adultos.  Han crecido abandonados, “desarrapados, risueños, curiosos, inocentes y vengativos” (p. 25). El poder pues, como los sueños, es una trama de sentidos que incluye la maldad y que se deja descifrar en el juego un tanto caleidoscópico de fragmentos discursivos y de hechos que ocurren en distintos tiempos. La narración de la infancia es, desde esta perspectiva del poder, la narración de una desobediencia. Por otra parte, podemos interpretar, en una perspectiva ideológica o política, el poder de los niños como un poder alterno que supone una crítica al mundo “civilizado” de los adultos y a la parte continental que ellos habitan, desde donde podrían venir los turistas a invadir. Los niños, que han experimentado agresiones y violencia de un medio hostil (la isla) y por parte del padre, se preparan para ejercerla y así lo hacen, contra los adultos. La escritura desliza ironías que tienen también definidos matices de crítica política. Al referir la experiencia de lectura de los niños en “El Santuario”, una denominación irónica de la biblioteca, se nos dice: “Era como tener vidas diferentes. Hoy un rey, mañana un bandolero, aunque en el fondo fueran lo mismo” (p. 26).        

En una de las tormentas a las que se ven sometidos en la isla, los tres niños, enfrentados al profesor, viven a la deriva. Han aprendido a subsistir sin la compañía ni la protección de los padres, sin la orientación de algún maestro y tanto se cuidan de los adultos que temen una invasión de estos. Han constituido una suerte de república o comunidad salvaje que no sigue normas ni preceptos pre-establecidos.  La invasión de turistas pone en riesgo la autonomía y libertad que con esfuerzo han conquistado, por ello ven en el profesor y en los adultos una temible amenaza. “Montábamos guardia todas las noches para protegernos de una posible invasión. Roy y Guadalupe lideraban las reuniones donde se tomaban las decisiones de la comunidad” (p. 196). Si consideramos a los niños como los “débiles”, la lucha por el poder que ellos sostienen contra los turistas y adultos se puede interpretar como una metáfora de la justicia.  

Amor, represión, odio, rebeldía, venganza o desprecio son sentimientos y actitudes que se cruzan en esa república de los niños que es también una república de sueños en la que isla no es solo un escenario de acción sino el ámbito mismo de despliegue de lo fantástico. Paisaje cambiante impregnado de subjetividad, la isla es una suerte de enigmático personaje a veces apacible, a veces monstruoso o fatídico.  La desaparición de Benjamín en el mar y su posterior y extraña resurrección, la aparición de una muchacha que danza alrededor del fuego, de una sirena, o la misteriosa muerte de un grupo de jóvenes, no son sino parte del hechizo que define el ser mismo de la Isla.  Esta ejerce un poder de fascinación sobre sus habitantes en los que se confunden maleficio e ilusión, desolación y encanto: “Los nativos creen que es de mala suerte hablar de la isla…Nadie en la isla habla de la isla” (p. 73).     

La potencia onírica y poética de un lenguaje novelesco que todo lo toca y transforma, hace que El pez de los sueños gire incesantemente en sus historias y en los narradores que la cuentan.  En momentos, no se suele distinguir exactamente quién narra y si lo que se narra ha ocurrido en realidad o ha sido soñado. De esta manera lo fantástico está hecho o permeado de materia onírica. Nada está fijo ni parece obedecer a una verdad o lógica preestablecida.  Se impone una sucesión de hechos y aventuras en un ritmo casi alucinante, de tonalidad irreal subrayada por los juegos temporales. Pasado y presente se confunden en una suerte de alucinación que es constante recreación de la isla y de las aventuras de los niños. La novela se nos entrega en una cierta sucesión de extrañezas estrechamente ligadas a la naturaleza mítica, un tanto distópica, de la isla. Esta está habitada de monstruos, sirenas, fantasmas, cuevas, grutas secretas. El mito clásico alimenta la condición fantástica de la novela. Tal como sus sueños lo revelan, los niños mismos están penetrados del turbulento y mítico espacio acuático que en ocasiones amenaza devorarlos. Roy decía: “… ¿cómo luchar contra nuestra naturaleza acuática? Éramos pulpos estirando sus tentáculos para atrapar a los huidizos cangrejos…” (p. 29). En efecto, los niños aprenden a luchar desde temprana edad para enfrentarse a los extraños y a las adversidades. En el colegio se dan verdaderas batallas entre ellos y otros niños.

En el capítulo XVIII se nos narra una excursión de los tres niños a un acantilado donde se encuentran con otros niños y observan un torbellino de aves. Más tarde regresarán al Santuario (la biblioteca). Todo este capítulo, en parte referido al vuelo de las aves, es una extensa metáfora en torno al sentido del encierro, la libertad y a la necesidad de lograr la autonomía después del nacimiento como hechos simbólicos opuestos al poder, a sus instrumentos de vigilancia y castigo. “Quien quiera nacer”, dice Guadalupe, “tiene que destruir un mundo” (p. 161). Si no escapan, las aves, se nos dice, pueden ser devoradas por los gatos. Por otra parte, algunos rasgos propios de la novela policíaca, simulados paródica e irónicamente, se entrecruzan con la novela de aventuras. Los niños se proponen recuperar las obras de arte o antigüedades vendidas por el padre “a esa fauna de burdos coleccionistas” (p. 163) a quienes se les espía para obtener los detalles de sus vidas. Así, la extraña muerte de un grupo de jóvenes suscita el interés del joven profesor Jonás, quien ha conocido a un policía que no termina de resolver el caso.

La escritura articula varias historias: la de los niños en la biblioteca, la de sus aventuras en la isla, la del joven profesor, la de su novia Etienne, la de los jóvenes desaparecidos, entre otras, todas envueltas en un halo de sugerencias y misterio pues la ambigüedad funda ella misma la naturaleza ficcional y configura el universo autónomo de la novela. En este sentido, los “textos apócrifos” juegan a borrar las huellas autobiográficas a la vez que subrayan el diseño polifónico de la novela. Se trata de un artificio metaficcional del autor, a la vez irónico y autoparódico, para hacer notar que la novela no le pertenece y que su escritura está sujeta a correcciones, revisiones o ampliaciones, es decir, a una reescritura que hace de ella una suerte de sujeto-en-proceso, una especie de partitura musical que le otorga al lector un lugar en su reinvención. Los “textos apócrifos” están impregnados de ese humor autorreferencial que encontramos a lo largo de la novela y que se expresa en toda una serie de guiños y clics irónicos y autoparódicos. Se agregan episodios, se reconocen personajes, se les ven nuevas acciones o retomando actuaciones iniciales que crean una ilusión de circularidad. En este sentido, los “textos apócrifos” juegan con la idea de que El pez de los sueños no concluye en un capítulo finalsino que, por el contrario, está abierta a una reescritura y resignificación permanentes. Se trata de textos que “venían atados con una cinta en el interior de un viejo diario de anotaciones. Los he incorporado como un apéndice a la historia de los niños, a todas luces incompleta” (p. 401).         

El pez de los sueños en la tradición narrativa venezolana

El pez…, hemos dicho, dialoga con múltiples autores y textos de nuestra tradición literaria. Desde la condición poética y fantástica de su escritura, la novela de Machado dialoga con la obra de José A. Ramos Sucre (1890-1930), uno de los fundadores nuestra modernidad literaria. La mitología y el gusto por la cultura clásica, que en El pez… asume un carácter paródico, así como la hibridez de géneros, son rasgos caracterizadores de la obra de estos autores que hacen de la ficción un espacio de alteridad y de reinvención permanentes del lenguaje. Podría mencionar muchos otros autores venezolanos con los cuales la obra de Machado comparte analogías y filiaciones estéticas y literarias. Es el caso, por señalar algunos, de Julio Garmendia, de Salvador Garmendia o de Gustavo Díaz Solís. Sin embargo, me referiré en particular a tres novelas forjadoras de nuestra modernidad narrativa con las cuales la novela de Machado propone filiaciones y ciertas analogías significativas. Me refiero a Las Memorias de Mamá Blanca (1929) de Teresa de la Parra, Cubagua (1931) de Enrique Bernardo Núñez y EL falso cuaderno de Narciso Espejo de Guillermo Meneses (1952). Estas novelas comparten con EL pez…la aspiración de ser utopías de la forma y del sentido, es decir escrituras que desafían la tradición para entregarse como experiencias abiertas al placer de la reinvención por parte del lector.

El pez…, en su singular república de los niños me ha recordado una novela que fascinará mis días de adolescencia. Me refiero a Las memorias de Mamá Blanca, una novela que, aunque viene del realismo criollista, lo transfigura en una literatura de aura mágica impregnada de nostalgia al recrear las aventuras de unas niñas en esa suerte de paraíso perdido que es la hacienda “Piedra Azul”. Como en la novela de Machado, las seis niñas son las protagonistas del libro de Teresa de la Parra, pero a diferencia de El pez… se desarrollará parcialmente en el mundo rural de una hacienda de la Venezuela del siglo XIX. Las niñas constituyen también una especie de comunidad infantil, en la que ocurre igualmente la solidaridad y complicidad, sometidas a la implacable autoridad de una institutriz llamada Evelyn; como los niños en la obra de Machado tienen también un conocimiento empírico de la vida pues habitan entre árboles, animales y campesinos.

Al igual que El pez…, Las Memorias… puede suponer también una crítica ideológica o política al mundo de la civilización y del “progreso” dado que las niñas, al ser llevadas de manera no consentida a la ciudad para ser “educadas”, sienten que sus vidas han perdido libertad, que han sido por lo tanto impactadas negativamente. Es el mismo temor que sienten los tres niños en El pez… ante la invasión de los turistas. En este sentido, Las Memorias…tienen mucho de una utopía agraria amenazada por la modernización. En tanto pudiera ser pensada como una distopía postmoderna, habría que decir que los niños en El pez…, a diferencia de las niñas de Las Memorias…, son crueles y perversos, han perdido la ingenuidad y la gracia con que Teresa de la Parra representa a unas niñas que sí han sido criadas al amparo de una familia tradicional. En ambos autores, sin embargo, la infancia es un mundo propio pautado por la invención, la imaginación, el riesgo, el deseo de aventuras y enfrentado al poder autocrático y civilizatorio de los adultos. Aparte de las notables diferencias argumentales, formales y de estilo, el humor irónico, paródico y a ratos melancólico de Teresa de la Parra parece tener resonancias en la escritura de Machado.

Enrique Bernardo Núñez (1895- 1964) abrió nuevos espacios de escritura en la narrativa venezolana moderna. Sus dos novelas, Cubagua (1931) y La Galera de Tiberio (1938) son novelas del mar. Cubagua, como El pez…, es una obra que tiene en la isla no solo un escenario, un paisaje, sino también un personaje que es mito y metáfora de un descenso al Averno. Ambas novelas llevan nuestra narrativa más allá de los límites del realismo convencional, al proponer sus respectivas escrituras como auténticas utopías de la forma que fundan sus indagaciones en la alteridad y en el diálogo de lenguajes: mito, sueño, poesía, pensamiento, reflexividad especular. Si en El pez… el mito y lo onírico subyacen en la condición fantástica de la novela, en Cubagua estimulan la incertidumbre y la dualidad de algunos personajes y el mismo halo fantasmal y la sensación de circularidad que envuelve a la isla. Lo real y lo fantástico perfilan en uno y otro texto el ser mismo de la isla que recrea el mito del eterno retorno pues a ella siempre se regresa como a un hábitat de los orígenes, como a un espacio de sueños. En ambas novelas la isla es espectro y destino fatal.

El poder como instrumento corrosivo que todo lo penetra y envuelve está presente en ambos textos como una red de sentidos. Mientras en Cubagua el poder se expresa históricamente como expoliación y saqueo de perlas y riquezas minerales de la isla, en El pez…adquiere una dimensión autocrática, de gobierno despótico y vejatorio, primero del padre con respecto a los hijos, y luego de los hijos con respecto al padre. Utopía en Núñez y distopía en Machado, la isla es crítica de un poder civilizatorio que hace del “progreso” un modo de coloniaje y agresión. La invasión como hecho histórico de conquista en Cubagua o la amenaza de invasión de turistas en El pez…, es pues la expresión política de un poder que tiene, sin embargo, múltiples derivaciones ideológicas y semánticas. El poder, como la isla, puede adquirir en ambos libros una gradación un tanto espectral y a veces secreta.

Machado ha sido un lector asiduo de Guillermo Meneses (1911-1978). La crítica ha señalado su diálogo con este autor, desde la publicación de su relato “Contracuerpo” que ganara el prestigioso premio del diario El Nacional, tal como lo expresa la reseña que del mismo hiciera Juan Liscano (8). En efecto, la escritura renovadora y experimental de Meneses, sobre todo la que se revela en su relato “La mano junto al muro” y en la novela EL falso cuaderno de Narciso Espejo tendrá eco en la narrativa de Machado. Ambos textos significaron un giro absolutamente renovador en nuestra narrativa moderna. La escritura poética y experimental de El pez…, particularmente a través del juego autorreferencial y autoparódico de los “textos apócrifos”, nos recuerda el juego especular de documentos que configura la novela de Meneses. En ambos autores la novela se reinventa a través del autocomentario, de las “tachas” o ampliaciones, de las citas autoparódicas o irónicas. En ambos autores la novela se configura así en un sujeto-objeto complejo dada la multiplicidad de significaciones y de interpretaciones posibles que desafían al lector y a la narrativa del realismo convencional. El pez… lleva a límites inexplorados la escritura poética, lúdica y metaficcional que Meneses propusiera, al realizar un nuevo giro hacia un realismo fantástico que no cesa de jugar con la poesía, la alteridad y la reflexión especular o irónicamente metafísica. Más allá de las analogías, de las filiaciones literarias y de las convenciones legadas por la tradición narrativa venezolana, El pez de los sueños abre una nueva ruta de indagación textual, es decir, de experimentación estética y semántica. 

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[1] Machado, Wilfredo (2022), El pez de los sueños, Caracas, Monte Ávila Latinoamericana, Col. Continentes.

[2] El concepto de escritura está referido a Roland Barthes e indica un más allá del estilo. Un escritor no es quien tiene un estilo sino quien tiene o busca una escritura, es decir una manera, una forma renovadora que impacte la tradición literaria. 

Douglas Bohórquez (Maracaibo, Venezuela, 1951)

Escritor, profesor titular de la Universidad de los Andes (Núcleo Trujillo) en las áreas de teoría de la literatura, semiología y literatura venezolana e hispanoamericana. Doctor en semiología por la Universidad de París VII. Estudió bajo la dirección de Julia Kristeva. Ha sido profesor invitado en universidades europeas y de América Latina. Entre sus últimas publicaciones destacan los libros: Entrelecturas (Mérida, Fundecem, 2015) y No soy el príncipe Hamlet y otros poemas(Caracas, El perro y la rana, 2022), Algunos libros anteriores: Antología poética (Caracas, Fundarte,2014) y Del costumbrismo a la vanguardia. La narrativa venezolana entre dos siglos (Caracas, Monte Ávila, 2007).

Wilfredo Machado (Lara, Venezuela, 1956)

Poeta, narrador y editor. Licenciado en Letras por la Universidad de los Andes (ULA). Fue agregado cultural de Venezuela en Brasil. Ganador del concurso de cuentos de El Nacional en 1986; del Premio Municipal de Literatura en 1995 con Libro de animales; y del Premio de Narrativa del Ministerio del Poder Popular para la Cultura en 2009. Entres sus obras destacan Contracuerpo (Fundarte, 1988), Libros de animales (Monte Ávila Editores, 1994; Alfadil, 2003), Poética del humo (Fundación para la Cultura Urbana, 2003), Diario de la gentepájaro (Editorial El perro y la rana, 2008), Corazones sombríos y otras historias bizarras (Monte Ávila Editores, 2015), La noche de Prometeo (Editorial El perro y la rana, 2015), El rey de los pobres (Fundecem, 2017), El pez de los sueños (Monte Ávila Editores, 2022) y Animalia y otros seres monstruosos (Fundarte, 2023). Sus cuentos han aparecido en numerosas antologías de cuentistas venezolanos e hispanoamericanos, algunos de ellos han sido traducidos al portugués, italiano, francés, inglés, hebreo y búlgaro.

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