Juan Sánchez Peláez: un girasol espléndido en la poesía venezolana

Estas palabras están motivadas por la presentación de El alba es el leopardo, antología bilingüe de poemas de Juan Sánchez Peláez, publicado a propósito de su centenario por la editorial Nila Ediciones, junto con Dogma Editorial, de México, y Nueva York Poetry Press, de Estados Unidos.

Quiero comentar que desde el año pasado, cuando hice un trabajo sobre el libro de poemas Dominio oscuro, de Ana María Oviedo Palomares, me quedó el interés de escuchar un poco lo que en la dirección de lo no claro pudiera encontrar en el famoso libro Filiación oscura de Sánchez Peláez, publicado en 1966. Entonces, dada la invitación que me hizo Giordana García Sojo para escribir sobre el poeta, me vino la idea de retomar el tema que ya había abordado en el libro de Ana María.

Asimismo, como dato de interés, soy testigo de las diligencias que hizo mi hermano Alberto Márquez con Malena Coelho, la hermosa compañera del poeta de toda la vida, por el asunto de los derechos de autor, tal como lo necesitaba la trilogía editorial para avanzar con el proyecto. En este sentido, lo que quiero destacar es la alegría de Malena cuando Alberto le presentó la idea vía telefónica, ya que ella estaba en Argentina, e incluso tenía la salud muy frágil. Siendo una hija de Juan, Raquel, quien finalmente tiene la responsabilidad legal de la obra del poeta venezolano, y no solo autorizó la edición, sino que también participó, junto con la poeta venezolana Cristina Gálvez Martos, en la traducción… Aquí estamos con el libro en la mano.

Como señalé, quiero apuntar y a lo mejor aportar algo sobre el importante libro Filiación oscura, tantopor el lado de la filiación como por el de la oscuridad, pues por la primera, en un sentido jurídico, la filiación contempla la unión de parentesco entre hijo o hija (filius en latín) y padre, lazo que se traducirá en el derecho a la recepción legítima de los bienes del padre. Al escribir el poeta la frase “filiación oscura” podemos leer de algún modo que algo se desliza, se desajusta, que hay una especie de pregunta en cuanto a la adscripción a la línea paterna en quien recae esa condición opaca. Podemos asociar esto con la intemperie interior, con el sentimiento de orfandad y de abandono por el lado de lo paterno, cuestión que no implica no tener un padre, sino tenerlo y no saber exactamente para qué o qué hacer con eso o hasta dónde llega, pues la filiación es oscura porque es extraña, indefinida, imprecisa, indeterminada y, en especial, no se entiende su función.

En un poema de 1959, que está en Animal de costumbre, su segundo libro, ya había colocado entre interrogaciones esa filiación. Escuchemos:

Con lo más íntimo de mí te he dicho:

–La tierra es una azucena mordida en vísperas

                 de un viaje;

De hijo a padre o bisabuelo

En bellos recreos,

Ejercitando el arco y la flecha,

Yo transformo la historia más simple,

Confiado al amor.

¿Escuché esa frase:

“De hijo a padre o bisabuelo”?

¿La escuché adentro o fuera de mí?

¿Enarbolo tardíamente el arco y la flecha?

Este fragmento del poema permite señalar esa relación filial masculina del hijo al padre al bisabuelo, en el campo de lo que queda como pregunta, como duda en el asombro de lo que esa línea paterna y masculina no termina de configurar en el más joven de la cuerda, ese que siente una falta de actualización temporal, de asincronía existencial, de desacomodo en relación al arquetipo de Apolo, el dios de la muerte súbita, y se interroga y leemos: «¿Enarbolo tardíamente el arco y la flecha?»

En este mismo libro al que hice referencia, Sánchez Peláez precisa algo muy significativo: 

Estoy ilógicamente desamparado:

De las rodillas para arriba

A lo largo de esta primavera que se inicia

Mi animal de costumbre me roba el sol

Y la claridad fugaz de los transeúntes.

El primer poema de Filiación oscura coloca de inmediato la sensación de estar perdido, desorientado, y los gestos de quien está en trance de ser y de no ser, entre la gracia y la culpa, entre la realidad y las ilusiones. Escuchemos cómo en el lenguaje, en la escritura, esta oscuridad se cuela y está más presente que nunca en las palabras. La riqueza del decir viene por la atención y lo arcano, y los silenciosos sueñan con una unión transfiguradora:

Por desvarío entre mis sílabas

     La noche sin guía.

Por mi vigilia en la boca

     El oro de viejos amuletos.

A gatas, de espaldas a una presa invisible,

     El taciturno de hinojos en un abrazo hipotético.

Y es bellísimo ese poema, imposible dejarlo fuera, donde uno lee con claridad la muy compleja relación con la figura paterna. Dice así:

En el paraje del fruto vano y el acíbar

Haga esto

Aquello

No atisbe al vecino

Cállese

No vaya por los azulejos

En los balcones no mire el sol

Y la lluvia cae lenta

Y me cubre con las dos manos el rostro.

Por este camino entra uno en la tristeza, en el ajuste de la soledad y el tiempo de la nostalgia.

Pregunto: ¿nostalgia de qué?

Pues de muchas cosas seguramente, pero teniendo en cuenta el hilo que quiero ver si encuentra tela que tejer, está ese no saber qué hacer como hijo de, filiado con o afiliado a, representante de un nombre y también, se supone, de una sexualidad. Y estas identificaciones tradicionales parece que están aquí entre paréntesis, o estremecidas por la sensibilidad de una historia específica. 

Por esta ruta es bueno tener presente un verso que saldrá publicado en un libro de veintitrés años después, Aire sobre aire, de 1989, donde leemos unas palabras que todavía son subversivas:

Yo no soy hombre ni mujer

yo solo tengo resplandor propio

cuando no pierdo el curso del río

cuando no pierdo su verdadero sol

y puedo alejarme libre, girar, bogar,

navegar dentro de lo absoluto y el

mar blanco

entonces sí soy

el hombre rojo lleno de sangre

y sí soy la mujer: una flor límpida, un

lirio grande

y también soy el alma.

Esto me parece de relieve, tanto en su vínculo con la filiación que estamos tratando de pensar, como también eso específico de lo masculino por la línea paterna en un poeta de Altagracia de Orituco, que estaba probablemente ubicado ante las dificultades de los mandatos del género y algo que por allí no cuadra, que está movido o fuera de registro. Y, asimismo, estamos ante el poeta que escribe una frase tan sorpresivamente anticipatoria de los tiempos actuales, como ese verso de «Yo no soy hombre ni mujer» (1989). En fin, es una manera de escuchar lo que dice este poeta, y de aproximarnos a la filiación por el lado del hijo, y lo complicado de ese enlace con el mundo de lo paterno

Ahora voy a enfatizar el adjetivo. Y debo transcribir parte del poema Filiación oscura, que le da título al libro. Allí leemos:

No hay antes ni después; ni acto secular ni historia

    verídica.

Una piedra con un nombre o ninguno. Eso es todo.

Uno sabe lo que sigue. Si finge es sereno. Si duda,

    caviloso.

En la mayoría de los casos, uno no sabe nada.

Hay vivos que deletrean, hay vivos que hablan tuteándose

    y hay muertos que nos tutean,

    pero uno no sabe nada.

En la mayoría de los casos, uno no sabe nada.

Este no saber tal vez sea el que le da sustento de enigma a la filiación de lo humano con aquello que lo rodea y configura. Hay un no saber en la base misma de estos árboles torcidos, de estas columnas mochas, de estos ojos desorbitados, de estas mandíbulas desviadas, de estas cojeras tempranas, en fin, estamos interrumpidos, obstruidos, impedidos por la imposibilidad de acceder, en general, al saber. Es una constatación: «Uno no sabe nada». De donde lo que queda, a lo mejor, es andar a tientas.

Sin embargo, pasamos a un intento de precisión al preguntar por ese “uno” del que dice el poema que no sabe nada y accedemos a un plano menos universal y más específico, el plano de Juan Sánchez Peláez en su oficio de poeta, y en este contexto, la filiación con su no saber, con su oscuridad, se circunscribe más al ámbito de la creación de quien escribe poesía y se interroga por su hacer, por el alcance de su hacer, y por lo que obtiene realmente al escribir.

Por aquí la sabiduría de Sánchez Peláez es la que le permite observar con transparencia que el poeta sabe muy poco de lo que escribe. Y esto, estando en relación con la postura ante lo desconocido por esencia, es una paradoja tremenda y nada novedosa, por cierto, aunque muy atravesada aquí por la atmósfera de lo contemporáneo, de lo disuelto y esparcido. Quienes escriben poemas, incluso con maestría y esplendor, en buena medida, parece decir este poeta admirable, no saben del alcance de lo que escriben. Pero quienes escriben poesía sí logran una sabiduría del oficio de escribir. Debido a esto, el libro Filiación oscura avanza en una poética que posee una relevancia fuera de discusión, como toda la obra de este Maestro, pues nos presenta lo que solo una visión artística muy elaborada puede suscribir. Es decir, una visión del arte, de lo que ve en la vida y en sí mismo.

Una poética que se entrelaza también, en este caso, con no pocos pronombres de la primera persona del singular para marcar el universo de los objetos como si fuesen sus bienes terrenales. Oímos entonces de “mi vigilia”, “mis girasoles”, “mis nudillos”, “Mi cigarra”, “Mi áspid”, “Mi desvelo”, “mi mudez”, “mis fetiches”, “mis viajes”, y no continúo agregando más porque estos bienes parecen suficientes para escuchar el aire de la ausencia que los recorre y los mina, ahí donde la nostalgia comienza a cavar en lo que se pierde, en lo que nos deja y olvida.

Me viene una frase de Reverdy que le encantaba a Juan Sánchez Peláez, según nos dice Gonzalo Ramírez Quintero: “soy tan oscuro como el sentimiento”, o sea, ese afecto, esas pasiones que nos llevan por delante y no sabemos cómo hacer para pararles el trote, para morigerar la intensidad dramática del sentir, son las que la poesía convoca para un arreglo con esa oscuridad patética, pues le da cauce por los caminos de las palabras y de la imaginación, aunque no sepa tanto el creador de lo que dice, y sienta mucho de lo que escribe, y además, siente paz al decirlo, al escribirlo, porque algo muy íntimo se realiza en ese apremio que halla satisfacción en las palabras del poema.

Él lo dirá de una manera fabulosa en su libro Lo huidizo y permanente (de 1969):

Aunque la palabra sea sombra en medio, hogar en el aire, soy otro, más libre, cuando me veo atado a ella, en el alba o en la tempestad. Por las palabras vivo en aguas plácidas y en filón extranjero, fuera del inmenso hueco.

El saber del poeta en este libro parece que pasa por la idea de la Antigüedad, según la cual el poeta es un médium, alguien a través del cual se dice el poema y está allí un saber hacer que elabora unas formas de las que, en cuanto a sus contenidos, el poeta solo percibe una parte. Y una parte, es oportuno acotarlo, que le es suficiente a quien escribe para continuar con su quehacer y comenzar otro poema. Aunque, “En la mayoría de los casos, uno no sabe nada”. En El fuego y el sol. Por qué platón desterró a los artistas, un clásico de la erudita irlandesa Iris Murdoch, leemos, entre varios argumentos, lo siguiente: “Platón prefiere (cita el Protágoras) la compañía de los filósofos a la de los poetas, porque estos nunca saben de lo que hablan… No conocen la fuente de su sabiduría”.

De un destierro semejante habla Juan en un poema dedicado a Rafael Cadenas, donde le habla de ese obligado exilio de los bardos:

Cuando nos echaron de la ciudad (porque mirábamos en demasía el colibrí), abrimos la ruta que tiene mil pétalos, y ya viejos, no exentos de alegría, nos restregamos los ojos con piedras.

Podemos decir, a estas alturas, que la poesía sí consiste en extraer candela de donde sea, frotando piedras o palabras preciosas en la noche oscura del alma, o incluso restregándonos los ojos con ellas.

En esta poesía de un girasol espléndido de la poesía venezolana, lo misterioso mantiene su terreno bien al margen de la comunicación común; pues la poesía es un decir las cosas de un modo singular, no racional, sobre un mundo impresionante y enigmático en sí mismo, desde luego.

Así lo dice él:

El que sube y no halla un gran árbol de fuego, sino

    el hierro de la flor,

la helada flor en su secreto abismo.

¿De la piedra a la candela al chorro dulce que llaman

     colibrí

qué vocablo me pone en azarosa coyuntura?

Escarbo y sepulto. La escritura de mis pormenores

      en el puño.

Fotografía: Enrique Hernández D’Jesús.

Miguel Alfonso Márquez Ordóñez (Caracas, 1955).

Realizó estudios de Filosofía en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). Miembro cofundador del grupo Tráfico, director de Literatura del Consejo Nacional de la Cultura de Venezuela (CONAC), cofundador del Festival Mundial de Poesía de Venezuela, investigador de la Fundación Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (CELARG) y presidente fundador de la Editorial El perro y la rana. Entre sus obras se encuentran los libros de poesía Cosas por decir (1982), Soneto al aire libre (1986), Poemas de Berna (1992), La casa, el paso (1991), A salvo en la penumbra (1999), Linaje de ofrenda (2001), Otras cosas por decir (2022) y Esta terca manía de vivir (2022).

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