“A los pobres carajos”*

Me acerco a Lydda Franco Farías de puntitas.

La miro por el hueco que hay en la pared del frente de su casa de San Jacinto, en la vereda 28 del Sector 17, en Maracaibo.

Ella se mece en la hamaca, guinda el pie con el que se empuja contra el suelo. Una mosca le da vueltas sobre la cara, ella la espanta con un abanico de mano, sonríe, sonríe para sí misma. Se relame los labios, mientras mira hacia el techo de su casa. La hamaca se detiene. Entonces el ángel se aburre y dice:

La mujer que soy, canta.

Mi génesis: la escoria, la ceniza, los agrarios sudores.

Mi elemento: la palabra, piedra del camino para ser lanzada,

vínculo secreto que madura sus claros volúmenes, 

cópula exacta para que el amor germine.  

Hablo de la mujer que soy e intuyo

que mi presencia trenzará la llegada de minutos fluviales.

Creo en el privilegio de la sangre nueva,  

en la voz que no se escurre,

en la dialéctica orgánica de mi estructura viva.  

Creo en la síntesis del hueso,    

en el axioma de mi futura desintegración.

Del proemio de Poemas circunstanciales (1965).

Hace años que la leo a Lydda, no de manera académica, ni rigurosa. La leo como se lee un oráculo. Y siento que esa actitud de acercamiento tiene que ver con el hecho poético. No me refiero, al elegir hablar de Lydda Franco Farías, a las categorías de buena o mala poesía, hablo del poder de cierta poesía de convertirse en una promesa, venida incluso del pasado, a decir lo que una no ha escrito con palabras, sino con el cuerpo.

Hay quienes dicen que la literatura debe reflejar su tiempo, y hay quienes opinan que existe otro tipo de literatura que puede ser intemporal, esa que trasciende lo circunstancial. Creo que Lydda tuvo la facultad de hacer ambas cosas y escindir la historia de la poesía venezolana.

Quise acercarme a la mujer, en vez de a la poeta, pero al parecer mujer y poeta son una sola, porque no hay pose, ni hipocresía en la poesía de Lydda, sino –y sobre todo– la constatación de una mujer fuera de serie, de una militante, madre, tía, hija, compañera, formadora, bibliotecóloga y secretaria.

Al ganar el Premio de poesía del Ateneo de Coro, Ludovico Silva salió en su defensa al decir de Lydda que “se enfrenta a la vida como una poeta, lo cual procede al revés en sus críticos, quienes se enfrentan a su poesía como políticos”. Ese comentario resume, con mucho, la trayectoria poética de mujeres de la periferia, de izquierda, racializadas, proletarizadas.

Yo diría, probablemente de manera equívoca, y muy a propósito, que cuando hablamos de la poesía de Lydda estamos al frente de un ejercicio documental, de poesía documental, la poesía en la que más cómoda me encuentro: esa especie de hibridación entre la crónica y las formas del decir poético, ese involucramiento en lo privado, entendiendo que lo privado es político, y que no priva la crítica social, sino que la potencia.

Me cuenta su sobrina Laura Franco que Lydda desafió al patriarcado instaurado entre los Franco Farías por el padre Feresides Franco. Ella heredó de su madre, Luisa Farías, el regalo de la lectura y también las ideas de avanzada. Luisa era además modista, así pues, las Franco Farías fueron las primeras en usar pantalones en la serranía. La poeta fue la mayor de las hembras, de quince hermanos, integrantes de esta comarca en las secas tierras de su natal San Luis, en el estado Falcón.

Lydda supo enfrentar y transformar las normas impuestas en contra la vida de las mujeres, desde su propia casa. Cuestionar las formas la hizo hablar desde la crítica y la negación, incluso la feminista, también inventar una especie de lenguaje o hacer uso del lenguaje que cruzaba la acera a la vez que ella. Habló desde la vulva sin edulcorantes, ni lentejuelas, sin perfume, sin sostén ni pantaletas, desde la blasfemia y la oralidad, como en una especie de antipoesía.

Laura califica a su tía como una mujer desprejuiciada, desinhibida.

Una de las acciones más disruptivas de Lydda tenía que ver con el desnudismo. No es un secreto el volumen de las carnes en Lydda, cuestión que no le representó ningún complejo; al contrario, usó la incomodidad que producía en el otro como acto de rebeldía. “Era una grandísima jodedora”, explica su sobrina. Su desnudez se trataba sobre todo de provocar, de generar una reacción entre los conservadores. Laura fue testigo de uno de sus desnudos en una piscinada, pero sabe de otros, y que se dejaba fotografiar.

En torno a Lydda se reunía una muchachada, entre la que estuvo una amiga muy cercana a casa, una de las mejores amigas de Mirna, la muy querida hija de Lydda. Su nombre es Rina Troconis. Rina fue la encargada de digitalizar algunas fotos familiares, recién estrenado el siglo XXI, porque era la única conocida de Mirna que tenía scanner.

En ese momento, Rina no sabía la dimensión de la obra poética de la mamá de su amiga, sólo conocía a la Lydda de la voz ronca, bonachona, que le gustaba tomar coca-cola.

Cuando estuvo frente aquellas fotos dio un paso hacia atrás, porque en las imágenes de casa de Lydda figuraban Silvio Rodríguez sin camisa, Pablo Milanés, o Alí Primera.

También dio con un par de fotos de la maja sin ropa de Lydda en la hamaca, o en el sofá. “Era natural encontrarla desnuda en su casa”, dice todavía con cierta vergüenza Rina, mientras que su marido se ríe con “las vainas” de Lydda.

Laura cuenta que la familia se nucleaba en torno a su tía, sobre todo cuando se acercaba su cumpleaños, el 3 de enero, evento en el que se reunían propios y extraños a declamar, cantar, bailar, pintar. Ella era, al parecer, como una especie de roca de fuego magnético, alrededor de la cual giraba no solo la vida familiar, sino todos aquellos que la conocían. Fue una matriarca en ejercicio de sus poderes.

Una vez, las primas preadolescentes se reunieron para agradar a la tía Lydda en su cumpleaños. Así pues, se aprendieron algunos versos que resolvieron en una especie de contrapunteo poético al que llamaron: “A los pobres carajos”. En esos poemas, ellas hablaban de lo poderosas que eran las Franco.

La tía leyó con atención, les agradeció el esfuerzo y, cariñosamente, les dijo que sabía que lo podían hacer mejor, que lo siguieran intentando.

¿Por qué traigo a colación, como halado por los pelos, este cuento de su sobrina? Creo que así, como llegaron ellas, llegamos algunas a Lydda. Una escribe con las uñas un poema, o lo que una cree que es un poema, se permite algunas licencias, algunas groserías, se lo dedica a los pobres carajos, y después de una especie de catarsis, regurgita un panfleto, y otro, hasta que la Lydda que hay en el centro de una se dice: “sígalo intentando, mamita”. Me refiero a aquellas que, como yo, pretenden acercarse a su majestuosidad.

Es así como me reconozco hija de su palabra. Ella es madre de mi escritura, está dentro de mi genealogía, porque fue ella quien inauguró esta manera, este tono, este desparpajo de revelar su víscera, de comerse las entrañas, no sin antes haber vomitado sobre la mierda de la sociedad.

Leamos Una, no sé si sea verídico, pero nos han dicho que UNA fue escrito para Mirna:

UNA amanece

con el cuerpo de cera

con la víspera haciendo piruetas

con ojeras que delatan los retorcimientos del amor

UNA sabe que tiene prejuicios

y los va perfeccionando

UNA es apolítica

UNA no se mete en camisa de once varas

UNA estampa el beso curricular

Él se va con sus ínfulas

con su ontológico suficiente

UNA comparece ante el tribunal de los hijos

y cede ante la tiranía de los hijos

UNA tiene el deber de ser bella

porque entre otras cosas para eso está UNA

y para comprar lo que nos vendan

y para sufrir por la muchacha de la telenovela

que es tan desgraciada (la muchacha y la telenovela)

y para llorar de felicidad porque a la final

el sapo se convierte en magnate y se casa con

ELLA

UNA es tan sentimental

UNA es tan fiel tan perrunamente fiel

qué asquerosamente fiel es UNA

UNA se asoma al espejo y comprueba lo que no es

sabe qué cara va a poner

qué silencio va a arriar

qué píldora de domesticidad va a tener que tragarse

qué anticonceptiva es UNA

UNA queda tendida

knock out

para reaparecer al día siguiente

pidiendo la revancha.

De Una (1985).

Aunque Lydda no se autodenominó feminista, Rina asegura que en su práctica lo era. Ella, junto a otras mujeres, conformó un movimiento que procuró la Casa de la mujer en Maracaibo. Este movimiento reclamó y defendió los derechos de las mujeres, se oponía a la violencia machista en el hogar, al hecho de que la mujer no pudiera salir a trabajar, a estudiar, a superarse, los estigmas propios de la época, el hogar como espina.

A ellas la catalogaron como feministas, pero rehusaron asumirse en la categoría. La casa de la mujer fue un proyecto para el resguardo de las mujeres maltratadas por los hombres, aquellas que quedaban en la calle. En esta casa pretendían, además, asumir la formación para la independencia económica, así como romper el círculo corrosivo de la violencia de género, al permitirles a las propias mujeres salvar sus vidas y las de sus hijos.

Cuando digo ellas, me refiero más precisamente a Nelly Contreras, abogada y amiga de Lydda, cuento que nos echa Beatriz Borja, amiga de ambas y luchadora de por esos días. También nos cuenta que entonces La liga feminista, integrada por profesoras universitarias, no estaban en la misma línea que estas mujeres.

Beatriz admiró de Lydda la capacidad que tuvo como alfarera de moldearse a sí misma, hacerse a su medida, vivir como quiso.

Vamos a ver cómo fue su fitty-fifty:

para ti soy tal vez una huera mujer

con el cabello levemente despeinado

digna de un cuadro renacentista

o de un ardiente cumplido o de un piropo

(dicho como al azar/ con rebuscada elegancia)

de sobra sabes que me avergüenzo

de ese otro ser que me esquilma

y me avasalla

de repetir hasta borrarme

el gesto heredado de pálidas

enhiestas

amas de casa remotísimas

pero ciertamente hay un rótulo en la sangre

una danza del vientre

una marca rotunda

ten en cuenta muchacho de las cavernas

que he ido ganando el derecho a perder de igual a igual el paraíso

la paciencia

a compartir la cama

el santo y seña

el mundo

fifty fifty

o no hay trato

vete acostumbrado hombre voraz

mujer no es sólo receptáculo

flor que se arranca

y herida va a doblarse en el florero

al fin de de la repisa

entre santos y candelabros y trastos de cocina

una mujer es una mujer más sus uñas y sus dientes

lo siento caballero de la brillante armadura

aquella doncella rompió el molde

creció

De Una (1985).

Al decir de Guy Merlin, Lydda reúne “el activismo político al pragmatismo literario, subjetivismo lírico a invitación a la resistencia colectiva, responsabilidad de la vulnerable mujer a deconstrucción de los estereotipos sociales”.

Por su parte, María Alejandra Rendón ha escrito sobre ella en su tesis de maestría en Literatura Venezolana, y desentraña un algo, entre tantos, con el que coincido, porque la poesía de Lydda se atreve a hablar no sólo en nombre de sí misma, que también lo hace. Dice Rendón que la poeta habla “a partir del «yo» de la mujer, como entidad individual y otras veces colectiva, pero no desde su limitado universo emocional y espiritual, sino desde convicciones más profundas desde donde invoca los signos del cuerpo, la perplejidad de la máscara, la aguda paradoja, el desparpajo, lo extremo, lo posible, lo virtual, rasgos que enriquecen su tono siempre saludable en la sintaxis y en los tonos”. Un tono que la poeta que la estudia califica como desafiante, y que Cósimo Mandrillo remata como “un soldado realmente comprometido”.

Con estos poemas, la verificamos:

La insignificante
se dispone a mal vivir
a ser golpeada
la que siembra y nada recoge
la sin linaje
organiza el día en todos sus detalles
que no falte el pan ni el agua
el retozo en la cama
la que no estorba
el marido que ve el fútbol
que llega borracho los fines de semana
a los hijos que a veces son peores
que la guillotina o los hornos crematorios
la válvula de escape
la que en la multitud no es nadie
la que no es nadie nunca
la sin derecho a cansarse
la caída en el cumplimiento del deber.

De Una (1985).

No nací para ocupar un espacio y nada más.
Ignoro cuál será mi participación.

Me tocó ser mujer y no me quejo,
me tocó caer en la humedad del tiempo,
en la inhóspita sequedad de los caminos
pero aquí me quedo
entre escombros y desperdicios.
Destruyan mi epidermis resentida,
despedacen mis sueños, mi alegría,
aniquílenme
más no pretendan sancionarme
porque un día aparecí sobre la tierra
y tuve voz y grité
y tuve fronteras y no quise despertar sin ellas
y tuve armas y allí están
perfiladas, inmóviles, ariscas.

De Poemas circunstanciales (1965)

Yo miro a Lydda y quisiera creer que Lydda me mira a mí. El hueco en la pared es el hueco de la historia, por el que se filtran sólo un par de cosas sobre la humanidad de alguien, un hilo transparente a punto de romperse. Es difícil decidir qué cosa salvar en este mundo que está a punto de caer de la repisa, pero si hubiese algo que elegir, y si ese algo pudiese salvarse, a mí me gustaría que fuera la poesía, aunque no sirva de nada, para nada, porque, después de todo la poesía revela la verdadera animalidad de una especie que hizo algo por el mundo, aunque ese algo no sea suficiente.

Ahora sí, me despido con Lydda y este, su poema:

Me encontrarán tendida a ras de luna

o flotando lluvia abajo

en la resaca del último cigarro

en el silencio que vibra emparamado

desde donde pronuncio mi postrer discurso

exhortando a los curiosos a que desvíen la atención

hacia otra parte

por ejemplo a ciertas virtudes

que no tuve tiempo de probar

quizás porque no logré lo que quise

un cómodo sofá

un mundo que no cambió

que apenas si empezaba a pestañar

ahora que purgo mi orfandad

que los párpados pesan asidos al desamparo

ya voy tierra

ya voy cenizas

ya voy olvido

circulen buenas gentes

aquí no ha pasado nada

regresen a sus oficios

a la sobrecogedora normalidad.

De Una (1985).

Fotografía de Audio Cepeda

*Este texto fue escrito y leído por su autora en ocasión del evento: «Lectura comentada de poetas fundamentales» organizado por Nila Ediciones en la Feria Internacional del Libro de Venezuela, 2023.

Lydda Franco Farías

Nació en el estado Falcón, Venezuela, en 1943, y murió en Maracaibo, en 2004, dos años después de que muriera Mirna, dos meses antes de que muriera Zavala, su amado marido. Fue una poeta sobre todas las cosas. Se radicó en Maracaibo en 1963. Publicó los poemarios Poemas circunstanciales (1965), el cual obtuvo el Primer Premio en el Concurso Literario del Ateneo de Coro; Edad de los grandes ataúdes (1977); Summarius, prosa poética (1985); Una (1998), Recordar a los dormidos (1994); Descalabros en obertura mientras ejercito mi coartada (1994), el cual obtuvo el Premio Regional de Literatura Jesús Enrique Losada; Bolero a media luz (1994); Antología poética (2002).

Indira Carpio Olivo

Poeta, periodista y dramaturga nacida en Caracas. Licenciada en Comunicación social por la Universidad Central de Venezuela, donde mismo ha sido profesora. Es guionista, productora y presentadora de programas de radio y televisión. Por su trabajo en medios digitales le fue conferida la Mención especial en el Premio Nacional de Periodismo 2016. Es autora de Mujerícolas (El perro y la rana, 2017). Por su libro Frutos extraños fue galardonada (y publicada) en 2018 con el Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca, mención Poesía. Cartas de agua (Índigo editoras, 2020) es su tercer libro. Ha publicado también Diario venusiano (Libero Editorial 2020), Malayerba (Fundarte, 2020) y Papisa (Petalurgia, 2021). Escribió Frutos extraños, la obra, junto a Oriana Orozco (2019). También es dramaturga de Malamadre (2021) y El origen de las especies.

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