Soy tan oscuro como el sentimiento

A Malena y Lotty, in memoriam     

Para Alberto y Lía, en vida

I

De pronto, uno vuelve a releer a Juan Sánchez Peláez y se deja llevar, como siempre, por el mismo asombro y la misma emoción de la primera lectura. Así me pasa cada vez que revisito las páginas de su Obra poética (2004) que la editorial Lumen publicara en España. No tengo la menor duda a la hora de reafirmar una honda convicción personal: Juan es la voz más viva de la poesía venezolana y, al mismo tiempo, la más entrañable y enigmática.

II

No es fácil el ejercicio antológico en una obra tan abundante en hallazgos, tan singular y tan redonda en su devenir verbal. En tal sentido, El alba es el leopardo nos propone un convite, un necesario convite, que se valida a sí mismo al hacer circular nuevamente la voz de Juan Sánchez Peláez para ganarle nuevas lectoras y nuevos lectores. De hecho, los poemas aquí seleccionados dan a compartir el inagotable deslumbramiento que genera esta obra impar. Me parece un justo y bello homenaje en el recién celebrado centenario de Juan.

Vale la pena el convite para quienes entran en este mundo poético por primera vez. Aunque, en mi criterio, a Juan, como a lxs grandes poetas, se le lee siempre por primera vez.

III

Entrañable y enigmática he llamado a esta voz, sí, porque no olvido la plena identificación de Juan con unas palabras de Pierre Reverdy que en tantas ocasiones le escuché repetir: soy tan oscuro como el sentimiento. Ahora bien, estimo que la oscuridad en el caso de Sánchez Peláez se transmuta en exceso de luz. Una luz excesiva que, literalmente, se vuelve cegadora para quienes leen desde la rutina y el conformismo; para quienes han forjado un canon autoritario, desde la academia venezolana, posicionando determinadas formas de leer –que son, realmente, estrategias de poder que obedecen a la acumulación de capital curricular– para secuestrar ciertas obras y desaparecer otras. Y una luz real y verdaderamente iluminadora, sin dejar de ser excesiva, si somos capaces de leer sus libros con la misma pasión y el mismo riesgo, con la misma ausencia de concesiones, que fueron determinantes para su escritura.

IV

Una y otra vez se repiten las mismas banalidades sobre esta voz de veras mayor, los mismos lugares comunes tan irremediablemente gastados y manoseados: la relación con el surrealismo, la influencia de José Antonio Ramos Sucre, la celebración erótica y pare usted de contar.

Cierto que Juan le dio al surrealismo un brillo renovado, cierto que el erotismo alcanzó definición mayor en la poesía venezolana gracias a su voz, cierto que fue un atento lector de Ramos Sucre. Pero tales constataciones resultan del todo insuficientes.

Juan es inasimilable a un orden literario al que nunca pertenecerá su poesía, del que siempre procuró desmarcarse por fidelidad a sí mismo. Hay que ir más allá, y no clavar pretenciosamente la mariposa en el cartón. De hecho, la palabra poética de Juan nos sigue convocando a ir más allá y también más acá. Aquí quiero apoyarme en un planteamiento de Julio Ortega: Juan fue un genuino oficiante capaz de hacer decir a las palabras más de lo que dicen.

V

Este genuino oficiante fue capaz de jugarse el todo por el todo y, en este preciso sentido, su trayectoria poética es ejemplar. Como ejemplar es, también, su personalísimo sentido de la rebeldía contra todo lo que oliera a impostura literaria. Su voz sigue hablando dentro de mí al referirse, con franco desprecio, a la infinita vanidad de la literatura.

VI

Con su propia escritura era extremadamente riguroso: yo pude ver cómo acumulaba versión tras versión de un mismo poema. Era radicalmente obsesivo a la hora de corregir. La verdad es que Juan nunca concluía un poema: lo abandonaba porque no le quedaba más remedio.

VII

Juan tenía un oído poético extremadamente afinado. Eso se notaba inmediatamente cuando se le oía leer un poema en voz alta, cosa que puede corroborarse en las grabaciones que andan por allí.  

Estaba extraordinariamente dotado en materia de sentido rítmico. En cuanto a ritmo poético, sí, Juan es único: no se parece a nadie.

VIII

Desde el poema XII de Aire sobre el aire (1989), incluido en El alba es el leopardo, la voz deJuan Sánchez Peláez nos interpela y, al mismo tiempo, nos conmueve de esta manera:

Ápice y cima

a ras de nuestro fin primero

procúranos refugio

y que nutridos por la piel del otoño

se vayan entibiando nuestras casas y animales

y que no haya sino diafanidad

de parte nuestra hacia el hombre o la mujer

ora pro nobis ave de buen augurio, ora

pro nobis en tu niebla finísima y fija

ruega por nosotros

mientras llegan las tardes sin color

y abundan los inviernos

Una honda religiosidad deviene, verso tras verso, a lo largo de este poema. Aquí es posible verificar una apuesta radical por la trascendencia semejante a la de las místicas y los místicos. En este preciso sentido, la operatividad de esta escritura parte desde un no saber.

Ahora bien, hablo de la religiosidad de un orante sin iglesia, a la intemperie; un orante que se reconoce libremente en la antiquísima devoción mariana; un orante que apela al nosotros para darle alas y raíces al ruego. 

IX

Nobleza obliga: quiero concluir estas notas hablando de la presencia de Juan en mi vida. Y, por cierto, cómo hablar de Juan sin evocar a Malena Coelho, a Malenita como Juan gustaba llamarla. Aquella pareja le rendía culto a la amistad: eran dos seres determinados por la más luminosa afectuosidad.

Casi siempre yo llegaba a casa de Juan y Malena al final de la tarde y me quedaba allí hasta las tantas: no pocas veces me quedé a dormir. La conversación se extendía y, al mismo tiempo, se ramificaba por todas partes. No exagero si digo que a lo largo de aquellas horas el tiempo no pasaba.

A través de la trama de lo vivido y de lo leído, Juan era un espléndido y apasionado interlocutor. Sabía escuchar y podía convertirse, me consta, en un paño de lágrimas.

En materia poética comunicaba sus admiraciones y sus rechazos con toda franqueza. No se guardaba nada: era un hombre ganado para la discusión.

Doy gracias por Malena y por Juan. Amén por ella y por él.

Gonzalo Ramírez Quintero (Caracas, 1965).

Poeta y ensayista. Ha publicado los libros de poesía: Ciudad Sitiada (2006), Por Solimar (2013), Cuaderno de Playa Colarada (2018) y Acumulando añoranza (2022). Poemas suyos aparecen en la Antología de la poesía latinoamericana del siglo XXI, el turno y la transición compilada por Julio Ortega y publicada por Siglo XXI editores de México en 1997. También puede mencionarse la sección sobre Literatura Venezolana de la Enciclopedia de Venezuela, Editorial Océano, en España (2000). Igualmente, cabe mencionar el postfacio a una antología de la poesía de Juan Sánchez Peláez publicada en la colección Material de Lectura (UNAM, México, dos ediciones: 1995 y 2013).

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