«Nada en mi melancolía se ha movido». Ch. B.
Leo los poemas de Ana María Oviedo Palomares en Dominio oscuro (1997), que es un libro que forma parte de la antología publicada por Monte Ávila Editores Latinoamericana en 2007. Esta antología lleva el mismo nombre del libro al que hice referencia, y el cual fue publicado en su momento por la Alcaldía de Barinas en 1997. Incluye la selección de Monte Ávila, además del volumen citado, tres libros: De fuego o de ceniza, (1990-1997), Flor de sal (2002), y Ruegos (2001-2003). La razón de mi interés es el acento puesto en una parte del libro, en la que adquiere un papel protagónico al titular la muestra entera, en relación al resto de la obra reunida en la antología. Me llama en particular la atención la declarada opacidad de ese dominio y me interesa acercarme a ver de qué habla en relación a este punto específico, sobre todo, porque siento que ese título me interroga (así lo dice ella en uno de estos poemas del libro en cuestión: “Ciertas palabras nos tocan,/ intensas como manos”… Eso es lo que quiero decir).
Voy directo al Diccionario de la lengua española y leo sobre “dominio” lo siguiente: “1. m. Poder que alguien tiene de usar y disponer de lo suyo. 2. m. Poder o ascendiente que se ejerce sobre otra u otras personas”. Y asimismo es una palabra que hace referencia a un lugar: “3. Territorio sujeto a un Estado. 4. m. Territorio donde se habla una lengua o dialecto. 5. m. Ámbito real o imaginario de una actividad”. Con esto creo que hay suficiente material para acercarnos a los versos y tratar de descubrir por dónde va ese dominio tan significativo para la autora que la llevó a darle el nombre de uno de sus libros a una antología de sus poemas que incluye cuatro poemarios publicados entre 1990 y 2003.
Ana María Oviedo Palomares nace en Valera, Trujillo, en 1964, y ya mucho antes que ella naciera, su mundo ha estado y está en los predios de la literatura, en especial de la poesía, pues en su familia hay varios escritores –incluyendo al creador de una de las escrituras más queridas y constituyentes de este país, hablo de Ramón Palomares. Además, la poeta está casada con el poeta y ensayista barinés Leonardo Ruiz Tirado. Y la hija, Mariana, también es poeta. Así que la poesía es y ha sido parte muy íntima de su vida.
El poemario que me interesa es de 1997 y tiene dos epígrafes, uno del filósofo Eugenio Trías y otro del famoso poeta de la española generación del 27, Luis Cernuda. El primero dice así: “Se escribe, pues, por razones muy oscuras (…). Escribir es, para muchos, una oportunidad de pensar carnalmente”. Esto es significativo, pues la oscuridad que acentúa el epígrafe está vinculada con el proceso de la creación, y aún más, en este caso, por la causalidad que la pone en marcha, y por la falta de claridad que vincula Trías con una visión de la escritura que tiene que ver, más allá de la carencia de respuesta a los inciertos orígenes del oficio, con una materialización simbólica que equivale a una evidente y “carnal” inscripción con la que el pensamiento logra darle cimiento a la existencia, en particular de quien escribe o de quien haga suyos esos versos. El otro epígrafe es relativo al deseo y dice lo siguiente en un poema que muchos recordamos con pasión de lectores:
No decía palabras, acercaba tan sólo un cuerpo interrogante, porque ignoraba que el deseo es una pregunta cuya respuesta no existe, una hoja cuya rama no existe, un mundo cuyo cielo no existe.
La respuesta a la pregunta por el deseo, parece decir Cernuda, no es formalizable verbalmente, no hay palabras para hablar de él, ni tampoco imágenes. Y tal vez el cuerpo que asume la interrogación es el que logra colocarse en posición de ventaja por su contacto de piel con lo que busca. Y esta reflexión viene a sumar del lado de lo que no sabemos y con el aporte, además, del enigma del deseo, de su misterio. O sea, causa de la escritura y deseo conforman un binomio de bienvenida y de marcación de unos intereses sustanciales de la poeta. Son señales, indicaciones para el viaje en la lectura de los versos.
Escribir es una forma de herirnos, sutil y poderosa. Tiene el encanto de los respiraderos, de las fugas. El rigor de cuanto finaliza.
Una herida que permite respirar. Herida esta que se la crea quien escribe, pues se trata de una herida hecha con palabras, con versos. Es un comienzo severo, en tanto que está presente, sumado al cuerpo del dolor y al encanto del respiradero, “el rigor de lo que finaliza” y trata de no perderse en el acercamiento a lo que quiere expresar, y por ello trabaja un decir lo más preciso que pueda obtener –por momentos poemas cercanos a lo aforístico. Estamos en presencia de una alquimia que exige procesamientos continuos del alma, del lenguaje.
Entre el desafío y el desamparo, no soy más que la carne de una nuez cerrada.
El primer verso me emociona, ya que me parece preciosa la forma de establecer dos polos como el desafío y el desamparo, pues ambos incluyen al sujeto ante el reto de la vida misma y la interrogación en la cual se encuentra. En las dos palabras ese sufijo “des” implica negación, y entre estas desprovistas e inciertas circunstancias iniciales surge una carne del ser, una certeza en medio de lo que no hay, una nuez cerrada, un fruto ensimismado, una casa fortaleza, un lugar, un territorio.
Mi voz es una sombra. La sombra más oscura de mi cuerpo.
En esta poesía la síntesis aparece con el propósito de ir a la inscripción sucinta, desde el deseo de atisbar un sitio ontológico más consistente. En este caso, en el primer verso se hace una afirmación clara sobre un tema oscuro, y el segundo verso viene a multiplicar la dimensión real de lo que deviene ahora como una zona de mayor opacidad y extrañeza: “La sombra más oscura de mi cuerpo” (la voz).
La razón del cuerpo es su ceniza. La intuición es su fuego, su oro, todo su valor.
El estilo vuelve a la afirmación primera y a la redimensión en el segundo verso. En este caso la cosa creo que apunta a que en el ser humano la razón no es la vía para llegar a fondo, sino la intuición, ese atajo sorpresivo al que aquí se le considera como el aliento primero de la vida interior, lo que más valor tiene a la hora de entender. Es como su teoría del conocimiento poético.
No permanece lo intenso. Si me entrego, soy un cisne que canta y muestra la marca de una cinta negra en el cuello.
Es raro y bello este poema. A mí me encanta. Se sale del formato de los dos versos, los duplica en cantidad, y mantiene en el primer verso una afirmación según la cual la intensidad es pasajera. Lo enigmático surge con ese segundo verso (“Si me entrego”) pues es una condicionalidad dentro de una circunstancia que en apariencia implica la aceptación de lo intenso, y si efectivamente se realizara la entrega a la que convoca esa tentativa plenitud, la entrega resulta que se convertiría en “un cisne que canta y muestra/ la marca de una cinta negra en el cuello”. Y esto dentro de la poesía tiene sus tradiciones, sus ríos profundos, pues ese cisne está en Baudelaire, en Mallarmé, en Darío, y en la recordada torcida al cuello del cisne modernista perpetrada por Enrique González Martínez. Entonces, esta aparición del cisne (cantor) y de una marca que deja una cinta negra en su cuello, es misteriosa. Es más, si el primer verso no existiera, si no leyéramos los cuatro que le siguen en relación al primer verso, puede que ingresáramos mejor a una fábula sin sentencia introductoria: la no permanencia de lo intenso. Pero escuchemos mejor y atendamos al canto que sucede a la entrega bajo forma de cisne que lleva un símbolo atado al cuello. Una posibilidad de lectura es que ese cisne que canta muestra en la blancura de su cuerpo una zona simbólica de oscuridad, un contraste cromático que es a su vez una amenaza, una muestra tangible de que esa entrega es parcial, que está destinada a ser incompleta, y que pone al descubierto la imposibilidad de la intensa fusión del cisne con su canto porque esa integración, como lo diría Cernuda, no existe, y lo que hay son exequias de una idea romántica del amor. Una idea que se rescata, a lo mejor, no desde el cuello de la interrogación dariana, por ejemplo (“el cuello del gran cisne blanco que me interroga”), sino desde un detalle que si se quiere pertenece al registro, en tanto que cinta, en su cualidad de adorno, de lo femenino (en su sentido más amplio, no de género, quiero decir, lo femenino en el hombre y la mujer). Cualidad esta o condición que es importante subrayar para la lectura del poema: esa X en mitad de la relación entre un hombre y una mujer.
Y quiero traer acá unos versos de Baudelaire sobre el cisne de la caída que observa en una ciudad que cambia y abandona:
¡París cambia! ¡Pero nada en mi melancolía Se ha movido! Palacios nuevos, andamiajes, bloques, Viejos arrabales, todo para mí se vuelve alegoría, Y mis queridos recuerdos son más pesados que piedras. También ante este Louvre una imagen me oprime: Y pienso en mi gran cisne, con sus gestos locos, Como los exiliados, ridículo y sublime, ¡Y roído por un deseo sin tregua! y luego en vos.
Así escribe Rubén Darío de su cisne como imagen de la nueva estética que propone:
¡Oh Cisne! ¡Oh sacro pájaro! Si antes la blanca Helena del huevo azul de Leda brotó de gracia llena, siendo de la Hermosura la princesa inmortal, bajo tus blancas alas la nueva Poesía concibe en una gloria de luz y de armonía la Helena eterna y pura que encarna el ideal.
Bueno, son palabras que están en la órbita literaria de lo que dice Ana María Oviedo Palomares, a través de la tradición literaria de un ave que ha dado lugar a numerosas posibilidades expresivas, y en este caso hace un aporte, me parece, por el lado de la silueta y los colores, del símbolo, de la imagen, de una mirada muy contemporánea sobre la incompletud radical de esas dos mitades que se juntarían, platónica e hipotéticamente, en una unidad que trasciende a las partes que fueron su origen… Y hermosa la casualidad de que en el poema de Baudelaire también está esa tremenda constatación del cisne “¡roído por un deseo sin tregua!” y Darío con sus bellezas y ritmos que apuntan a un universo de perfecciones ideales. Es como para decirlo otra vez y muy inspirados: “¡Oh Cisne! ¡Oh sacro pájaro!” … Pero sigamos en la tarea de leer.
Piedra, fragmento de algo oscuro, solo ante mi cuerpo despierto la claridad se obliga. Mantener su vigilia es tarea de tu canto, problema de tu respiración.
Tenemos la frase inicial de la que parte el poema: “Piedra, fragmento de algo oscuro”. ¿La piedra que llevamos en el zapato? ¿La que se atraviesa siempre en el camino? No sabemos, no lo dice el verso, apenas apunta la oscuridad en un objeto que está cerrado y es duro en su adentro. Es como un capítulo (“un fragmento”) de algo inasible y principal que se tiene y no se tiene (¿a la manera de una foto en negativo?). Es aquello ante lo que el cuerpo reacciona en la medida de su despertar del sueño, en tanto que ahora tiene las riendas de la acción en la mano, que se obliga a la claridad de una existencia que parece marcar bien los linderos entre la opacidad misteriosa del sueño y su contraste con la iluminación del despertar y de la vida iluminada. Finalizan dos versos donde la vigilia, ese estar en vela, no dormido, despierto y vigilante, es una obligación del canto, de la poesía, de la respiración (“Mantener su vigilia es tarea de tu canto”). Es como decir: con el sueño no podemos hacer mucho, con tanta tiniebla onírica, y parece un deber mantener la lucidez para enfrentar los temas donde podemos mantener una actitud ¿más consecuente?, en todo caso, más consciente.
Nostalgia del fruto cerrado, antes del momento en que el clima astilla cáscaras y termina vital, su misión interna hacia la ofrenda.
Nostalgia, melancolía por un mundo perdido en un sistema de oposiciones como cerrado/abierto, oscuro/claro, dormido/despierto. Antes había escrito sobre “una nuez cerrada”, en un contexto donde esta materialidad era algo significativo en el contexto del desafío y el desamparo. Una nuez no abierta, pero nuez, pero algo. Aquí aparece la nostalgia del fruto cerrado como verso inicial de la afirmación poética y la ubica, a la nostalgia, en el antes de un clima (de una acción) que abre al fruto en astillas y termina este en la vitalidad de la ofrenda. Es como el ciclo que va de lo cerrado a lo abierto, y la nostalgia pudiera marcar el inicio de ese ir hacia una relación oferente con lo que trasciende a la vida en la dimensión de lo sagrado. Es decir, la poeta introduce una dimensión religiosa en lo abierto, que es justamente vital en “su misión interna hacia la ofrenda” y que para llegar a ser así (hablo de la nuez, de un mundo cerrado que se mantenía en cierta perfección originaria y perdida) precisa de un ambiente o de algo parecido y externo, como una revelación, que la haga entregar sus resistencias, que la haga suya, que la astille y la lleve a ser esa otra que la llama y que la espera.
Empeñarnos en hacer más vasto el dominio oscuro, como si fuera poca la alegría en el instante del fuego, cuando logramos olvidar, rehacernos en silencio.
Llegado a este poema me encuentro desarmado, desubicado, pues de alguna manera lo que estaba como adelantando, encuentra en estos versos una situación que no logro ubicar. Estoy, además, en quizás el meollo de lo que ando buscando, es decir, aquí está el verso que le da título al libro en particular que estoy leyendo y verso que también le da nombre a la referida antología de la autora: “dominio oscuro”.
El elemento que me confunde, es el empeño en hacer más vasto este dominio ante lo que parece poco, ante lo que la queja dice de la alegría, cuando el olvido prevalece y se rehace algo en el silencio. A menos que ese dominio sea el de la propia poesía, el de la propia escritura, el cómo entiende ella el acto de la creación, y pondere ese hacer desde un territorio del que no se sabe nada, del que no se puede saber nada, pero desde el que se hacen los poemas, los cantos, las cartas. Es una hipótesis.
Si fuera un poco más allá diría que este es un meollo, un centro paradójico en relación a lo que venía observando en los poemas anteriores, donde creí se apostaba por no dejarse llevar por la oscuridad y buscar un espacio abierto donde la luz de la conciencia ayudara a lograr una existencia mejor. Ahora no lo sé. O sé que hay tendencias distintas en los poemas. La que marca distancia y la que busca ampliar los márgenes de la oscuridad.
No contemplar el dolor o el sacrificio. Que lo más cercano a ellos sea la reflexión. Pensar tu cuerpo, la poesía.
Esta es la vía de nuevo donde la reflexión, el pensar, las palabras, los poemas marcan unos terrenos con claridad. Terrenos que marcan deslindes con el dolor y el sacrificio. Tal y como venía leyendo.
Ciertas palabras nos tocan, intensas como manos, en la piel más literal: labios de aliento tibio que dicen mejor nuestro estremecimiento que nuestro nombre.
Tenemos acá entonces esas eles “en la piel más literal/ labios de aliento tibio”, para decir mejor lo que se siente, lo que hay en esa zona, en esa energía no dicha que intenta abrirse un camino entre las palabras a como dé lugar. Y por esta vía sí que parece que ese dominio neurálgico va encontrando su territorio.
Casi invisibles, nada débiles son las costuras cotidianas. Si tuviera tiempo para la poesía. O si no contara la torpeza del cuerpo, su voluntad imposible todavía apegada a las palabras.
Así termina la primera parte del libro del libro de 1997 (tiene tres partes); con un final que podemos leer como un comienzo de lo que vendrá, y donde están el peso de lo cotidiano, la relación no continua con lo que más le interesa (la poesía), las torpezas del cuerpo (¿lo mete pata?), más una alusión que apunta a la dificultad del apego de la voluntad con las palabras, como si la voluntad no supiera algo en medio de una creencia algo infantil. La segunda y la tercera parte son, en tono e intereses, tal vez disímiles a lo construido hasta acá o abordan lo mismo, pero llevando los poemas a otra tal manera de decirlos que ameritaría quizás otros elementos para leerlos en relación a lo adelantado en cuanto a esta primera sección. En el resto del libro la relación de pareja o el amor y sus complejidades sublimes unas, terribles otras, tendrán un lugar destacado; sobre todo al subrayar la falta y los vacíos que a cada uno le corresponden. Prefiero decirlo con un poema de ella, de la segunda parte, donde crea un término especial para designar lo más valioso que es posible esperar y aguardar y trabajar en un poema: la palabra verdadera, que tiene como rasgo su procedencia, pues no viene de algún silogismo mental o una musiquita agradable, no, sino viene justamente de lo oscuro, que ahora, entonces, es un lugar de privilegio, un dominio con tesoros. Y palabra esta que tiene el poder, de alguna manera, de centrar a quien escribe, de darle paz.
Escribo si no tengo paz, mientras llegan las palabras verdaderas que vienen de lo oscuro, palabras por las que tu amor no será más intenso, inútiles pues nuestros cuerpos seguirán suspendidos sobre agujeros idénticos.
En cuanto a estos comentarios de lectura, creo que lo que me hacía preguntas desde el libro, de alguna manera siento que lo he podido seguir, en tanto que ese “dominio oscuro” parece, por un lado, estar en relación a una especie de sitio de la más íntima subjetividad, y está asociado al origen de la escritura y a la pregunta por el misterio y el enigma del deseo.
Por otro lado, tiene enlaces con:
• el daño y el gusto con que nos hacemos sufrir;
• la idea del desafío ante el desamparo;
• la búsqueda de una certeza ontológica, de una tierra, de un lugar estable;
• una inconsistencia ante la cual la conquista del ser y el logro de la escritura del poema constituyen una prioridad;
• la voz que objetiva una presencia ignota, sombría y tangible que habla con y a través de nosotros;
• los poderes de la intuición para visualizar mejor la función del entendimiento a la hora de dar cuenta de lo más desconocido de uno;
• una atención a la ofrenda mística como portadora de posibilidades existenciales de primera orden;
• una visión del amor donde las cosas no son como se dicen y lo que se apunta en los versos tiene que ver con el desencuentro de las dos mitades platónicas en la teórica y mítica fusión que supuestamente las trasciende, y en cambio, lo que encontramos son señales de la duda sobre los lugares comunes de Eros;
• aquello que va más allá de la dura oscuridad de la piedra y enlaza al cuerpo despierto con la claridad que obliga;
• la palabra entendida como presencia en la vigilia para salir de los dominios de lo oscuro que gobierna y esto como propósito de la poesía, del canto: la visión y creación de lo posible;
• la nostalgia y la melancolía por un mundo perdido para siempre;
• el reconocimiento de tendencias que nos conducen simultáneamente en sentidos opuestos, una hacia la claridad que obliga y otra a ensanchar los predios de una oscuridad que busca imponerse en el dominio de la vida;
• eso que no sabemos decir y que en la poesía se quiere expresar en alianza con un trabajo que va más allá del significado usual de las palabras;
• eso que surge de lo desconocido en palabras cuyo valor es de primer orden, por la dimensión afortunada de su veracidad;
• todas las dificultades históricas para hacer lo que queremos y en particular esto visto desde una mujer.
Asimismo, tiene que ver, finalmente, con la poesía como vía de acceso a lo más sensible y conflictivo de la existencia, pues decir lo que sentimos en estos dominios de la vida, tan oscuros realmente y donde podemos encontrar, además, las palabras verdaderas que buscamos, es uno de los fines principales y necesarios del poema.
Ahora llega el momento de agradecer al libro su manera de llamarme para este encuentro, y a su autora, mi querida amiga y admirada poeta, Ana María Oviedo Palomares, por haber marcado este muy inaccesible territorio con unas palabras que muestran, desde sí, desde ella, ese territorio que nos marca y nos gobierna desde un dominio siempre oculto y misterioso.
Miguel Alfonso Márquez Ordóñez (Caracas, 1955).
Realizó estudios de Filosofía en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). Miembro cofundador del grupo Tráfico, director de Literatura del Consejo Nacional de la Cultura de Venezuela (CONAC), cofundador del Festival Mundial de Poesía de Venezuela, investigador de la Fundación Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (CELARG) y presidente fundador de la Editorial El perro y la rana. Entre sus obras se encuentran los libros de poesía Cosas por decir (1982), Soneto al aire libre (1986), Poemas de Berna (1992), La casa, el paso (1991), A salvo en la penumbra (1999), Linaje de ofrenda (2001) y Otras cosas por decir (2022).