Salice y la esquizofrénica sangre

Tras cruzar el umbral sintió que un líquido corría por su oído derecho. Saludó al vigilante que en la caseta veía un juego de fútbol, del mundial de fútbol. Portugal ganaba, por eso los vecinos daban vítores y gritos desde sus apartamentos. Salice se llevó un dedo —el índice, fue el dedo índice— de la mano derecha a la oreja y por supuesto era sangre y no cerumen. Caminó menos encorvada que meses atrás, esquivó el pantano hasta llegar a la parada de autobuses. Corrían goticas dentro de su oreja. Ella, con el reverso de la manga del abrigo, ese reverso del puño derecho con el que las personas se rascan la nariz, disimuló la sangre.

Subida al autobús comenzó el calor en la cabeza y de la nariz brotó a su vez una hemorragia. Desistió de limpiarse y avanzó entre los transeúntes. Comenzó a lloviznar. Inevitablemente tragó lo que bajaba hasta sus labios, le supo amargo. Atravesó el pasillo y buscó un asiento a tientas porque la sangre (su propia sangre) le nublaba la visión. Si me voy a morir que sea sin dolor, pensaba. Salice era una cabeza sangrante. Sus oídos zumbaban como cabeza de panal y como pudo llegó a la ciudad costera junto a la que vivía. En ese puerto había estado hacía mucho tiempo atrás pero hoy regresaba.

La lluvia había arreciado durante el trayecto y el conductor no vio ningún derramamiento en una muchacha ensimismada que le pagó el pasaje mientras se palpaba la nariz. Salice había decidido ir a la costa solo para comprar frutas frescas, tal vez cocos de los altos cocoteros que se mecían en sus recuerdos, o tal vez habría ido a tomar un poco de sol, Salice gustaba sentarse en la arena húmeda a tomar baños de sol. Sola. Pero llovía y desde temprano había tenido que soportar la humedad en la cara.

La cosa estaba en que Salice, tímida y empequeñecida, había tenido que sortear una vida de vergüenzas, de situaciones bochornosas que hubiese deseado evitar. Ahora esto, esta alocada sangre que la seguía, con su terrible y penetrante olor a donde quiera ella fuese. Estaba sucediendo días atrás, una mancha en el plato de sopa: la nariz goteaba; una repentina coloración del agua que estaba bebiendo: un coágulo que había salido de su garganta. Sentarse en la poceta y sin siquiera orinar soltar un chorro inexplicable y no menstruante de sangre. Pistas que Salice al fin y al cabo no supo atar.

Descendió y anduvo. Salice deambulando por el pueblo sabía que estaba sucediendo, aunque cuando se metió al baño del restaurante chiquito al que entró “como por casualidad” no vio absolutamente nada sanguinolento en su rostro. Limpia como está, blanca como está, Salice se sienta a tomar un refresco. Por una extraña, ocurrente y ya no recordable razón ella vino a dar a ese puerto. Caminó, sabía que llegaría y llegó. El mar la había estado esperando y la había llamado a grandes voces a través de las olas. El oleaje despertó a Salice en la madrugada, parecía estar guardado dentro del armario o en la caja del televisor con su lejano y atrapado vaivén cuando la hipnotizó. Salice y su hermosa cabellera negra y rizada se levantaron de un tirón y emprendieron el viaje.

Llegaba al fin del pueblo y ante sí, majestuoso, el mar. Salice, aterrada, miró como la arena debajo de sus pies era negra, petrólea, transfigurada y sus zapatos pequeños no respondían a sus órdenes de escapar. Más tarde o más temprano Salice tuvo que enfrentarse al mar, quien ahora ante sus ojos aterrados se iba colorando desde sus entrañas hasta las olas mansas que prorrumpen en la orilla. El mar comenzaba a enfurecer y a lanzar olas que crecían y no removían la oscura arena. Solas y a cada paso más viscosas las olas de sangre-mar, llenas de coágulos, tintas, se aproximaban a Salice, la cual, con sus piernas entreabiertas y petrificada nada podía hacer.

Comenzó a mancharse el ruedo de su pantalón con el arrastre. Salice no podía retroceder, no podía de ninguna manera y recordó. Lo veía batirse contra ella y recordó. Lo veía duplicase al infinito y lo increpó: “Eres tú, la playa de mi infancia, por qué  haces esto”. Y las aguas, ahora oceánicas reconocían su voz y del centro manó el plasma: vinotinta, primera, la mar, ahora Salice podía observar que una voluntariosa mujer se paraba frente a ella se iba hacia atrás y retrocediendo cogía el más grande impulso para arremeter, fue entonces cuando en el aire apareció flotando un doctor. Dicho médico con su bata blanca puesta y el estetoscopio al cuello exclamó  (la ola se congeló tras él) Salice tú estás enferma. Ella parpadeó, la ola reventó estrepitosa llevándose todo a su paso.

Salice no había muerto, empapada vio ríos de viscosidad en torno, en la corriente  —como peces sacados del fondo del mar donde hacen vida— flotaban pequeños fetos que ella cuidaba no pisar. Fetos que atravesaban el mar muy muertos y arrugados sabían el secreto de Salice a quien le corrían largos y espesos chorros de sangre por el cabello. Fue como cuando vivió en el vientre de su mamá.

Del libro Todas las noches parece y otros relatos (2017).

María Alejandra Rojas (Caracas, Venezuela, 1980)

Licenciada en Letras por la Universidad Central de Venezuela. Poeta, narradora, guionista, actriz y tarotista. Ha sido editora y correctora en diversas editoriales. Ganadora del primer lugar del Concurso Literario Ucevista 2006 mención poesía; ganadora del primer lugar del Concurso Fundarte 2007 mención cuentos con su libro De volar; ganadora del certamen de la Villa del Cine 2009 con su guion de largometraje de ficción Por un gallo; mención especial en Cada loco con su tema (México, 2010); ganadora del Premio Nacional Salvador Garmendia 2011 con su libro Todas las noches parece y otros relatos, merecedora del primer lugar en la Bienal Cecilio Acosta 2017 con su libro A todos los he amado. Su última publicación Colocarme a la vez mis dos ojos, Fundarte, 2020, es un poemario digital en formato Ebook.

Ha impartido talleres de literatura particulares y clases como docente en universidades latinoamericanas, ha sido parte del jurado en concursos literarios, representante en Ferias de Libro de países como Ecuador, República Dominicana, Irán, Grecia y Turquía. Tuvo una participación especial en la Cátedra José Antonio Ramos Sucre en Salamanca, España.

Actualmente vive en Málaga, trabaja en un volumen de relatos de consultas, consultantes y tarot y un guion cinematográfico con temática afro. Ha sido merecedora de la beca en la Residencia Artística en la Stiftung Künstlerdorf Schöppingen, Renania del Norte, Alemania en 2021, asimismo ganó la Residencia Artística en la Saari Residence de la Kone Saatio en Finlandia en 2022.  

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