Lo peor de la púrpura, o la insistente vitalidad de la escritura

Desde que uno entra al poemario Lo peor de la púrpura (Monte Ávila Editores Latinoamericana, 2022) de Luis Alberto Crespo (Carora, 1941), no entra sólo a un libro, entra a un mundo. ¿Cualidad de sus poemarios anteriores? Claro, pero aquí lo que toca la puerta es eso, lo que se impone, el estar en un sitio de referencias cruzadas, de piso y cielo y otros puntos cardinales en concurrencia simultánea. Un mundo muy del poeta, hecho desde ahora y con todos los tiempos que lo animan y mantienen con el lápiz en la mano, con los ojos abiertos: un pasado cada vez mayor, el presente que se las trae con remarcada circunstancialidad, un futuro de preguntas y la espina de Cronos clavada en el cuerpo por aquí y por allá.

Esta “P” es una pregunta, es un enigma en Lo peor de la púrpura. Él me escribe en la dedicatoria: “la púrpura aquí es cuando la pasión te oprime el entrecejo”.

Es interesante decir que este texto me lo entregó el poeta como regalo el día que lo visité en la Fundación Biblioteca Ayacucho. En la inmensa soledad de ese lugar, Luis Alberto hablaba de libros y entre libros, como siempre, y el tema de Rómulo Gallegos lo circunda y habla sobre las maravillas estilísticas de la prosa galleguiana. Menciona a dos escritores que conocieron bien al famoso autor y él tuvo la oportunidad de hablar con ellos: José Tadeo Arreaza Calatrava y Horacio Cabrera Sifontes. Del primero me cuenta que fue a entrevistarlo a raíz de la muerte del autor de Doña Bárbara y lo encontró más allá de más nunca, ido por completo, desvariando, debido al Alzhéimer, y aún conservaba, me dice, unos ojos muy bellos. De Cabrera Sifontes ponderó el libro La Rubiera (1972) y habló de una vida épica, llanera, corajuda, que en ese texto encuentra formato para cincelar una obra valiosa y muy difícil de conseguir en la actualidad, donde el tema es el del inmenso hato guariqueño que le da nombre al título, con las complejidades históricas de una época a caballo entre la Colonia y la Independencia de Venezuela.

Estas dos figuras, y la tutelar de Gallegos, de la prosa inmensa de Gallegos, estas tres sombras marcan un día y unos lugares que quedan sonando después de la visita al poeta, con el desprendimiento acústico de los seres que se han ido, y con ese gusto de Luis Alberto por la mítica virilidad de la existencia llanera, resumida en este caso en unas páginas que ya ni siquiera se consiguen (es el caso de La Rubiera).

En este libro escucho ecos entre ecos de una memoria que de continuo anda, de arriba para abajo, con el patrimonio espiritual convertido en páginas, aire, luz, voces, alimentos, poemas. Asimismo, son soliloquios los que aquí vienen en estos versos suyos, monólogos, continuidades heráldicas que nos reciben apenas al abrir la primera página del poemario. Se trata de una inquieta relación con el latido, con los latidos musculares del centro más puro del manantial de la vida. Le dice en algún momento y lo leo, inevitablemente, y me ha de conducir como si estuviera en relieve (en el sentido de que me invita a estar atento al inicio de algo que es sobresaliente acá), como si no fuera parte de, sino como aquello que marca el partir de lo que viene:

Deja de sonar

No sigas

Esto,

  • o es el expreso deseo de un punto final en una vida que ha coqueteado permanentemente con la riqueza del tiempo para ver, amar, conocer, escribir, probar, y ahora subraya lo terrible de esta misma dimensión;
  • o es lo que se le dice a aquello que amenaza con su sola y tremenda presencia. Por ahí debe ir este poema de la entrada que lleva por título “latido”, que dice así:
Deja de sonar  
No sigas

No quiero continuar escuchándote
No golpees tanto
Cállate
No voy a ayudarte

Ni usaré nada para hacerlo
Cánsate
Sé tú solamente
Ya sabrás cómo

Pero nunca más tarde
nunca antes.

En todo caso, es la marca del tono imperativo ante lo que molesta y no se aguanta. Lo que no se resiste. Lo que debe mantenerse detrás del entramado de las palabras para poder respirar.

Luego está un símbolo muy de este poeta, el caballo, y en un desafío para ver si ese cuerpo de antiguo animal vigoroso adquiere la fuerza que solía tener o necesita tener y ahora, medio apagado y confundido, atenta contra su propia fe. En el mismo tono del poema anterior escribe y manda lo siguiente:

Rocía ese caballo
Mójalo

Échale agua quemada
Suéltalo

Desátale el aire
Asústalo

Que se le acabe su malicia
Que se le vea el humo del brío

Ya va a ser medianoche
A lo mejor ilumina.

Recuerdo ahora el libro de un gran amigo de Luis Alberto, querido y admirado escritor de este país. Hablo de Adriano González León y de su libro Viejo. Texto donde el poeta trujillano se enfrenta con el arte de la letra a su designio. Escribe Adriano:

Los cabellos blancos son el paso previo para llegar al color de escarabajo, de pétalo reseco. El color de escarabajo es el color de la muerte. Por eso las coronas, varios días después del entierro, resultan tan miserables y deformes. Se amontonan junto a la cruz y les corre un agua herrumbrosa, agua como de alcantarilla. Otros días más y solo quedan los alambres retorcidos y el arco que servía de sostén a las flores.

Escribe Luis Alberto sobre una fuga incierta en relación al lugar y al tiempo de una pregunta insistente por aquello que hiere y se escapa del cuerpo:

Esto rudo que me quita la presencia 
y me quedo vano

Este paso por lo mustio
que descarna hasta la pureza misma
(…)

Esto que arde acre 
y se me va de las manos

¿dime dónde es?
¿dime cuándo?

O esta interrogante fecunda en repercusiones de un diálogo con las cercanías que son también largas distancias, con eso que está al lado, pero de un modo contradictorio; a lo mejor, por esa falta de aquí y de ahora que ahueca al mundo de la presencia misma, y la socava con la falta de piel y de contacto:

¿Desde cuándo sigues ahí en el infinito?
(…)
Desde que has venido
no logro sentirte     Qué lejos eres.

Es como estar oyendo la partida física petrificada, cuando lo que se escucha son oraciones en latín donde la tristeza y la piedad se dan la mano a golpe impactante de reminiscencia:

Orabas
No me atreví a abrir la puerta
Te oía
Ora pro nobis ora pro nobis

Cuando me decidí a acercarme 
Tenías la boca abierta 
                             para siempre.

Otra melodía, otro tono es el que surge cuando viene acaso la súplica asordinada a la poesía para que no se vaya, pues ella es la esencia, lo que queda continuamente sonando entre las vísceras, como eso que suena con lo más de veras, o como lo decía el poeta Ramón Palomares, tan cercano a Luis Alberto, con lo más del corazón. Y por eso la invita, a su amada, a esta generosa vitalidad de la escritura con la que ha hecho lo mejor que sabe hacer en esta vida, y le pide que lo acompañe en este trecho, en este lapso, en este paisaje escaso donde la soledad vigila con avaricia:

Sigamos juntos
Recordándonos

Nos hemos unido de nuevo
Es virtud nuestro desánimo

No jures en vano
No fulgures

y compartamos cada vez nuestro jamás
esa tierra preciosa.

Esto es un gran poeta, al menos es lo que sentimos que hace alguien que tiene una relación tan íntima con lo que dice, con lo que escribe, con lo que imagina y padece quien hace con las varas de la ley (es decir, con las palabras) elementos, atmósferas, cadencias, sintaxis, ritmos, mitos, obsesiones, metáforas. Solo desea una ocasión para que de nuevo encuentre lugar el poema, la escritura. Aun sabiendo lo principal, lo que no puede evitarse, o acaso por eso mismo, por la conciencia del fragmento, de lo roto, eso que de continuo encuentra en esta voz de la poesía venezolana y más allá, un rasgo de contemporaneidad indiscutible, que no pocas veces lo atormenta y lo desarma:

Valle de no ser 
Somos nosotros

Esto es un dolor que espera
De donde vine

Dame tu mano
Ocúrreme

Es cuello roto de paloma persignarse.

Es cuando la reflexión filosófica y la poesía tejen una alianza fina, una urdimbre desde los elementos propios de un decir cultivado con esplendor a través de obras excelentes de nuestro patrimonio poético, y que son producto de los años, de muchos años de oír y escribir y traducir sus mundos interiores. Así como cuando dice en cursivas, como si fuera otro el que tomara las riendas de las palabras, ese que puede trazar, tanto las líneas de un deseo de pasar por la blanca palidez, como de puntualizar el desaguadero existencial del cuerpo entero disolviéndose en el contexto circular y abarcante del fracaso ontológico:

Yo quiero ser lo que pasa por lo lívido
Yo vi cómo mi cuerpo se iba

¿Por qué es la última página cada derrota?

O como cuando también dice el regaño en la aurora para que los dioses no lo olviden y la vida haga caso:

Lo que tú has sido 
se escucha en el alambre

A esta tierra hay que gritarle duro
Para que te sienta.

Y por supuesto lo árido tan suyo lo acompaña en este trecho que lo busca con lo que está cerca de lo marchito, triste, mustio. Allí donde, por su lado, el poeta busca la imaginación y las palabras para hacerle frente al barranco de lo insoportable, y parece de repente que el naufragio quiere apoderarse de todo:

Eso    la ensoñación
molesta lo imposible

Me enseñó lo depresivo
No hace sino recordarme

Hasta esta página aridece
Me sirve de ninguna vez.

Son estas unas anotaciones de lector, las mías, a una poesía que me acompaña desde hace mucho y a la que quiero como se quiere lo especial de una manera de ver y decir las cosas. Lectura que no deja de encontrar siempre el lado irreductible, el lado enigma que se mantiene invicto por encima de las circunstancias interpretativas, ese flanco poroso del misterio con su llama y con el poderoso encanto de las sentencias y las hechicerías:

Lo que vamos a vivir
envejece

Con la estaca
le están duro al mutismo

trapo o paloma
es filo negro

Quiero llevarte
hasta mi roce

hasta casi
como el viento

eso tuerto
de tan blanco.

O esta confesión que muestra esa fuerza primera que aquí está para despejar y mantener a distancia el camino de lo más oscuro:

Yo quiero vivir yo quiero vivir
oigo entre las matas vencidas

El viento    no cesa
quiere que la tierra entera lo confiese

El murmullo es frío
y qué mala cosa es lo eterno.

Y también oigamos esta maravillosa brevedad para decir lo trascendente, lo complejo de andar con los muertos encima, con la muerte antes de tiempo, con eso no dicho que se instala y nos gobierna a su antojo:

De alguna manera
uno muere antes de nacer

y a ratos
despierta.

Ahora quiero interrumpir estas notas de lectura, quebrar estos comentarios sobre Lo peor de la púrpura de Luis Alberto Crespo, con un verso de Gustavo Pereira, su hermano, que resume con precisión poética lo que he intentado escribir a través de no pocas idas y vueltas:

No nos sepultes.

Esto va muy de cerca a lo que me escribió el poeta en la dedicatoria: “la púrpura aquí es cuando la pasión te oprime el entrecejo”. Pues, en efecto, la pasión de amor a la vida, a la tierra, a la gente más querida, todo está en vilo, está en mancha, en opresión y amenaza. Y por el arte de la escritura quedan las palabras de la batalla como protagonistas de un modo de afirmarse sobre lo real inevitable, con sangre púrpura en las manos del poema.

La idea con los versos de Luis Alberto Crespo, rebeldes al sentido por definición, es continuar leyéndolo y escuchándolo, inventar uno su historia como si el día siempre nos permitiera una nueva aventura de aproximación. Al menos, en lo que a mí respecta, seguro que retomaré este libro donde lo interrumpí, y continuaré leyendo, sintiendo y anotando ideas hasta el final.

Miguel Alfonso Márquez Ordóñez (Caracas, 1955).

Realizó estudios de Filosofía en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). Miembro cofundador del grupo Tráfico, director de Literatura del Consejo Nacional de la Cultura de Venezuela (CONAC), cofundador del Festival Mundial de Poesía de Venezuela, investigador de la Fundación Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (CELARG) y presidente fundador de la Editorial El perro y la rana. Entre sus obras se encuentran los libros de poesía Cosas por decir (1982), Soneto al aire libre (1986), Poemas de Berna (1992), La casa, el paso (1991), A salvo en la penumbra (1999), Linaje de ofrenda (2001), Otras cosas por decir (2022) y Esta terca manía de vivir (2022).

Publicaciones Similares