La violenta maquinaria del olvido, neurosis y goce de la incertidumbre

No se sale ileso de leer La violenta maquinaria del olvido, su neurosis experiencial nos atraviesa y deja secuelas, magulladuras, incisos a modo de surcos para contener e irrigar.

Como anuncia su título, el último libro del poeta y ensayista Raday Ojeda articula un engranaje violento en tanto interpelación descarnada; pero es una violencia que deviene, no estalla ni latiga, sucede como la caída leve de las agujas del reloj, acaso la misma que nos empuja en lo cotidiano hacia una única certeza.

La muerte, ese gran lugar del arte y la creación en tanto silencio y olvido final, se articula en la obra de Raday Ojeda como un manojo de cables dispuesto con sutileza y, en este libro en especial, se erige musa conductora de la palabra y su raigambre de memoria.

Esta dicotomía esencial, la memoria y el olvido, gira sobre sí misma a través de los poemas aquí desplegados, en una confección minuciosa de sentidos e imágenes que nos llevan a disfrutar del dolor elemental de sabernos finitos, solos, finales.

Sí, la buena poesía logra que gocemos de la incertidumbre y la inexorabilidad. Lo que no logra plenamente la fe, lo logra la palabra poética en su trafagar estético. Es el caso de La violenta maquinaria… que, en una conjunción casi biológica con la filosofía, logra —como quería María Zambrano—, una especie de pacto de redención.

Este es un libro raro, con agallas en su honestidad de 20 años de reescritura. El poeta nos ha expuesto su desapego editorial, y nos cuenta cómo durante dos décadas estuvo rumiando un libro de poemas de casi 300 páginas. No en vano el libro se lee como si fuesen muchos libros hilvanados con sumo cuidado para lograr finalmente la unicidad total, como el escudo de Aquiles, capaz de encerrar en su perfecta orfebrería la totalidad inconfesable del cosmos.

La lectura, ribazón fundamental

La violenta maquinaria… en su amplitud caleidoscópica, presenta rasgos de singularidad expresiva que vale la pena mencionar en busca de claves de lectura.

Comienza el autor con una nota de aviso sobre “el decir proyectante” de Heidegger, a quien se encomienda como tótem del pensamiento filosófico y de la casa del habla poética, para advertirnos a los lectores que estamos frente a un acto de liberación padecida o, más bien, ante la expresión desesperada de quien en la manifestación de la angustia atina a decir-se, llevando a cuestas el fardo de lo no dicho, del silencio y del olvido.

Ya en la advertencia preliminar el autor se refiere con pausado y reiterado afecto a la escritora Stefania Mosca, de quien cita a manera de epígrafe inicial: “Escribir es una cosa que le ocurre a uno, como amar o morir”, indicación precisa ante un libro que se confecciona como un artefacto indetenible, no solo de versos rumiados durante más de dos décadas, sino de lecturas y confrontaciones textuales, que hacen del libro una verdadera bitácora de formación intelectual y afectiva.

Construye así el poeta una especie de bildungsroman poético, o de relato de aprendizaje ante angustias elementales que se fundamentan en la literatura y se subliman a través de la poesía. Quizá una de las claves de lectura para abordar La violenta maquinaria… sea disfrutar de la soltura con la que el poeta muestra diferentes pasajes de su vida, transformaciones sustanciales del yo, emparentadas con sus lecturas de otros autores.

Es manifiesto el eco de sus lecturas de la argentinidad literaria (el autor ha vivido y reside en Argentina), del gran padre todopoderoso Borges, del conector de mensajes Piglia, del juglar mundano Cortázar o de la transeúnte melancólica Pizarnik. La filosofía surca de cabo a rabo el libro: Heidegger abre y cierra, pasando sin necesidad de cita por Nietzsche y Cioran. Pero quienes finalmente tienen un rol visiblemente maestro, son escritores venezolanos.

No en vano el autor cita de nuevo a Stefania, al inicio: “No hay posibilidad de atravesar los pasillos de la memoria sin tocar a la patria, a esa construcción que nos habita y surca y tatúa sus formas en la tradición, en el paisaje. No podemos evitar el regreso a la casa, el viaje al amanecer”. Leemos epígrafes de Pepe Barroeta, Lubio Cardozo, Ramón Palomares, que dan cuenta de una nostalgia inconfesada por los predios de la ciudad de Mérida y su legendaria movida cultural. Caracas sigue omnipresente con el abrazo inicial de Stefania Mosca y Eugenio Montejo.

Hasta llegar al origen, la tinaja oscura y epigenética: el llano venezolano y sus Arvelos y desvelos, donde las palabras zafra, ribazón, tierra y caballo se entrelazan en una especie de carama, cita puntualísima del también apureño Igor Barreto.

Claves de una poética

Si bien las lecturas literarias del poeta son una clave, no lo es menos la lectura del paisaje, ese protagonista imponente que en Raday es constitutivo.

No pretendo hacer spoiler de un libro tan complejo y abundante de sentidos como La violenta maquinaria del olvido, nada puede abarcarlo más que la lectura directa de su engranaje de versos. Pero me atrevo a desentrañar algunas claves para incentivar más bien el acercamiento al libro, ya un imprescindible de la literatura venezolana.

El libro abre con un capítulo genealógico, especie de fresco memorioso en descomposición que nos sumerge en la ruina y esplendor familiar, inconcebible fuera del paisaje llanero.

“Telúrica familiar” deja entrar a todos los fantasmas familiares. Son 70 páginas de versos y diarios que tejen una atmósfera de remembranza huidiza, donde la madre y el padre son los grandes pilares de la angustia. María Eugenia, la madre –a quien se dedica todo el libro–, es enaltecida como una figura divina que aflige con el peso de la filiación absoluta que genera su encarnadura de madre. El padre es defenestrado en su ausencia aturdidora, junto con la camaradería de hermanos, y otras sombras.

Luego de “Telúrica familiar”, el poeta titula la segunda parte “Cartografías de la planicie”, aquí si mediante un armado completamente dedicado a la tierra y los cielos llaneros, apureños… A San Fernando y a El Yagual, a las botas y las crines, al degüello y la quemadura. En el poema “Delator de la planicie”, el poeta alega: Ninguno de estos ríos me dejará mentir: / el Arauca, el Cinaruco o el Capanapoaro / llevan bajo el espinazo / de sus revueltas aguas, / la saña de un territorio a punto de huir. // Ahora soy yo el que se escabulle. / Tras cruzar sus fronteras / Toda planicie es un animal fúrico. // Temo regresar.

El viaje es otra de las claves de lectura: la mudanza. Irse es querer regresar siempre, y temer quedarse… Esta duda enraizada a la tierra y sus memorias abraza la seducción por el olvido, por el dejar atrás lo que más se ama y ha dolido.

La dicotomía fundacional del libro “la memoria y el olvido” –como titula Stefania uno de sus libros– se evidencia especialmente en el pasaje del tercer al cuarto apartado de la obra.

“Escrituraciones” nos traslada al recinto protector de la palabra. “El desgrano de la voz” como oficio que fragua otra guerra, lejos, en nostalgia permanente, haciendo de la melancolía un abrevadero. “Mensura del alfabeto”, “El desgrano de la voz” y “Manifiestos” relatan en verso, diario y caligrama episodios de un destierro gozoso.

En esta parte aparecen amigos y nuevos paisajes, pero, sobre todo, la escritura, la disquisición sobre el por qué se escribe, la autoexigencia del oficio, la neurosis mayor, la poda y la tachadura perenne, el desvelo.  Aquí el diario y el ensayo filosófico se entremezclan con versos y vacíos estructurados para ofrecer sentidos.  

La poesía se menciona abiertamente como viento salvador –por los momentos– pues se sabe su capacidad de ventisca, bocanada de olvido para fraguar nuevas memorias: Debes venir, cual cuchillo para la asoleada pulpa del fruto. Hazte de mí, poesía: sé mi licor / mi transparencia. Arrójame prematuro –como lo hiciera mi madre–, desde su vientre hacia un nuevo caos.

Las neurosis del autor, esta exposición de filigrana de sus angustias fundamentales, termina como termina todo acto de redención humana: en el amor, o más bien, en la añoranza del amor, desde el friísimo suelo del agravio amoroso.

“Mecánica del desamor”, la cuarta y última parte del libro, nos arroja a la agudeza de cuchillos de la soledad, gélida e inhóspita, pero a su manera fértil como una habitación de espejos: …no traicionaré a esta oscura voz, que ahora, me desclava y aleja de tus paredones. Tras tu alevoso cuchillo, terco seré: / ¡La violenta maquinaria del olvido!

Finalmente, el autor sucumbe. Luego de invocar olvido, lejanía, añoranza y muerte, el amor es su gran presea no alcanzada, la que impele la cólera, pero también el trasiego y avance. La escritura y el “decir proyectante” es su escudo y balanza.

Al fin y al cabo, por algo se canta con denuedo la tragedia, por algo se interpela con dolor al olvido, porque decirlo, nombrarlo y reconstruirlo con fruición poética, es resguardar la memoria, rendirse ante su belleza en escapada.

La violenta maquinaria del olvido fue publicado por Fundarte luego de ganar el Premio Nacional de Literatura, mención Poesía, Stefania Mosca en 2021. Se puede descargar gratuitamente en la página web de Fundarte o adquirir en físico en librerías de Venezuela.  

Raday Ojeda (San Fernando, Venezuela).

Poeta y ensayista. Abogado, especialista en Ciencias Penales y Criminológicas. Autor de los poemarios Tinaja de oscuro paisaje (El perro y la rana, 2009) y La violenta maquinaria del olvido (Fundarte, 2022), este último merecedor del Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca 2021. Actualmente lleva adelante el blog: Los artefactos líquidos.

Giordana García Sojo (Caracas, Venezuela)

Editora, poeta y promotora cultural. Creció en la ciudad de Mérida (Venezuela) donde estudió Letras en la Universidad de Los Andes (ULA). Cursó Antropología Social y Promoción de los Derechos Culturales en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Actualmente se dedica al diseño, desarrollo y acompañamiento de proyectos culturales y a la investigación social y geopolítica. El poemario Bajo el rezo animal (Ediciones Solar, 2022) es su más reciente libro.

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