Mis 20 antes de los 20*

Personal, arbitraria, irregular o desigual. Quizá. Mi lista de imprescindibles del cine para ver antes de los 20 años se basa en en mi propia formación y, por supuesto, en mis afinidades y preocupaciones. Un criterio que he tejido sin tanta sistematicidad, pero sí con memoria entusiasta por aquellos efectos emotivos e intelectuales que han ejercido en mí ciertas películas.

En tiempos donde actores, directores y guionistas temen ser suplantados por la IA y explotados por el regimen de streaming, antes de los 20 se ha visto un gran caudal de series y películas mainstream, sobre todo series porque los lapsos breves ilusionan más (aunque terminemos calándonos 70 horas de una película alargada en fragmentos). Así, abarrotadxs como estamos de discursos audiovisuales muy parecidos, hace falta re-iniciar con ciertos largometrajes, sí, largos, pero que socavan lugares comunes, inauguran formas de narrar y filmar, estallan la cabeza con propuestas y visiones propias o, sencillamente, como el buen arte, logran atajar y transformar en sentido el espíritu de una época, o el instante íntimo de la desolación y el goce existencial.

Esta lista fue pensada para una sobrina de 14 años, pero no quiero ser tan intensa, verdaderamente muchas de estas películas las vi por primera vez entre los 17 y 20 años, y otras un poco después. Sin embargo, el tiempo avanza raudo y algunas cosas hay que empezarlas cuanto antes. Además, me gusta la idea radiante de volver permanentemente al asombro de los 20:

1. El cielo protector. Bernardo Bertolucci. No se olvidan las secuencias magistrales del desierto, uno externo a los personajes (el Sáhara) y otro interno (traído directamente de Nueva York). Basada en una novela de Paul Bowles –quien también narra la película–, los protagonistas comienzan siendo hermosos, narcisistas e insoportables, y devienen leves, apenas visibles tras el vendaval implacable que el desierto de África del Norte les arroja sobre el ego.

2. Roma. Federico Fellini. Como no decirlo: hay que ver TODO Fellini antes de los 20, o intentarlo al menos. En Roma, hay secuencias que se fijan con facilidad en la memoria, paradójicamente una que no puedo ni quiero olvidar muestra cómo unos ingenieros en medio de excavaciones para construir el metro de Roma descubren frescos antiguos, que apenas logran ver, pues el aire que penetra de la superficie los borra ante sus ojos. Que lo felinesco nos acompañe siempre.

3. Blue velvet. David Lynch. Lynch ha sido uno de los mejores analistas de la psique estadounidense. Y es que Blue Velvet nos envuelve en una trama retorcida y absurda de sordideces, oscuras y cómicas, terribles e infantiloides. Todos adjetivos que le sientan muy bien a la cultura yanqui. A través de un universo simbólico y sonoro muy propio, Lynch crea una obra magistral. Sus películas son un aluvión de creatividad que termina señalando la mugre en la uña, la baba en la comisura, las arterias brotadas en los ojos del conejo de peluche.

4. Todo sobre mi madre. Pedro Almodóvar. Cómo olvidar los amores truculentos de una Penélope Cruz ingenua y monjeril, excitada por Lola, una trans gigantesca y de voz gutural. Todo comienza con la muerte accidental del hijo de Manuela, encarnada por la magnífica Cecilia Roth. De la tragedia más terrible a la ternura y la solidaridad, así va esta trama perfecta del genio de Almodóvar, de quien también hay que verlas TODAS. El teatro dentro del filme, la autorreferencialidad desbordada, las mejores decoraciones y vestuarios. Todo es exagerado, vintage y kitsch, pero armónico, perfecto.

5. Los sueños. Akira Kurosawa. Hay grandes directores japoneses que no pueden faltar, Kenji Mizoguchi o Yasujiro Ozu, más acá Takeshi Kitano y, por supuesto, todo lo hecho por el estudio Ghibli y su cabeza primordial, Hayao Miyazaki, pero Ghibli es una lista en sí misma. Kurosawa despunta, ¿es más potable para occidente? quizá. El hecho es que Los sueños es una película preciosa. Del descubrimiento de un niño del baile secreto de los zorros en el bosque a las patéticas mutaciones de los hombres tras un desastre nuclear. El animismo shintoísta y el pragmatismo occidentalizante, todo finamente representado a través de episodios de alto voltaje onírico: sueños, pesadillas, alucinaciones y premoniciones…

6. Kill Bill I y II. Quentin Tarantino. Esto es pura adrenalina audiovisual. Uma Thurman es inmortal para siempre gracias al kimono amarillo con rayas negras de piloto de fórmula uno. Y, sobre todo, a una katana reluciente capaz de producir cien mil litros de sangre por tajo, ágil en el corte implacable de la carne. La ultraviolencia de La Naranja Mecánica (esa hay que verla porque sí) se rinde extasiada antes esta película de visos feministas, aunque realmente no predica más que amor al espectáculo del cine y su despiadada manera de subyugarnos.

7. Teorema. Pier Paolo Pasolini. Estoy enamorada de Pier. Sé que no hubiera tenido oportunidad alguna, pero seguramente hubiese podido ser su amiga confidente; cerca, muy cerca para admirar su genio. De los más agudos cineastas, también escribió novelas, cuentos, poemas, era dibujante y militante antifascista. Teorema es una metáfora dramática del agobio del ser humano ante el capitalismo. Sensualísima, el amor erótico es el leitmotiv que deconstruye la familia modélica de la burguesía. Todas de Pier, hay que verlas todas…

8. La última cena. Tomás Gutiérrez Alea. Hay al menos tres películas imperdibles de Gutiérrez Alea, pero La última cena destaca por su furor histórico. Sí, furor, o según la RAE: “Agitación violenta del ánimo producida por una contrariedad, un enfado, etc.”. Así logra el director relatarnos la contrariedad del amo –el conde–, quien en plena semana santa ostenta agresión y oprobio hacia los esclavos como condición de poder. Y la contrariedad y el enfado de Sebastián, el esclavo cimarrón que logra escapar de una carnicería visceral, repicando el tambor de la esperanza, en medio de la nada, en la mágica selva de lo posible.

9. El día de la bestia. Álex de la Iglesia. Es una comedia satánica-metalera. Impacta la secuencia donde un macho cabrío se yergue repleto de sangre y de esbeltez (sin efectos digitales, todo artesanalito y bien logrado). En adelante no paré de ver a Alex de la Iglesia, quien –salvo un par de excepciones– no decepciona (Crimen ferpecto la coleo aquí por su redondez satírica, y sus grandes actuaciones).

10. El libro de almohada. Peter Greenaway. Secuencia a secuencia, fotograma a fotograma, Greenaway nos deleita con dolor, como un tatuaje hecho con la más fina y brillante tinta dorada, salpicada de sangre sobre la piel. Porque de piel trata esta película, inspirada en el clásico de la literatura japonesa de la escritora Sei Shonagon. Un hermoso Ewan McGregor se desnuda unas cuantas veces para dejar que le escriban caligrafías japonesas sobre el cuerpo, en un acto de amor tan arbitrario como el lenguaje. Literatura y cine en su mejor y más atrevido esplendor.

11. 2001: Odisea del espacio. Stanley Kubrick. La diosa de las películas. Kubrick es tan maestro que logra en un par de secuencias resumir la historia de la humanidad desde los primeros silabeos del homo sapiens hasta la Inteligencia Artificial más avanzada. Y va más allá, nos hace viajar en una cápsula espacial hacia la psique lisérgica del astronauta, que lo lleva de la piedra iniciática hasta el feto astral. Todo muy extremo y, sin embargo, muy racional. Nada es comparable.

12. Dogville. Lars von Trier. Lars hace un cine demasiado manipulador para mi gusto. Pero Dogville se deslastra de la soberbia de su autor y nos propone una puesta en escena de la sociedad estadounidense que ni Tennessee Williams, ni Hollywood, ni el New York Times han podido expresar con tal descarno y redondez. La desnudez de mobiliario en la escena va de la mano de un guion directo, que da en la madre de la consciencia esclavista y esclavizada de la sociedad que hoy domina el mundo.

13. Sin aliento. Jean-Luc Godard. El cine como medio de investigación cultural, experimento estético y ético, sin menoscabo de la diversión y del erotismo. Sin aliento es especialmente sexy, parisina y marginal. Una pareja de descarriados que lo quieren todo menos la convencionalidad. Es una afrenta contra los buenos modales del primer mundo, mientras la sociedad se desmorona entre la guerra y el poder. Por los siglos de los siglos, seguiremos esperando a Godard.

14. Ciudad de Dios. Kátia Lund y Fernando Meirelles. Inspirado en un niño y un hombre real, Lund y Meirelles construyen un personaje maldito, inolvidable, repugnante quizá, pero que nos deja corpóreamente la necesidad de abrazarlo: Zé pequeño. Antes del tiroteo final, porque esta película va de la violencia y de la pobreza brasileña y latinoamericana, que en su espiral de oscurana no deja de translucir unas ganas extremas de existir, tal vez una ternura terca, como de voluntad de vida. Que no es la de Zé, sino la de su miedoso antagonista, Buscapé, acaso nosotros ante el espejo.

15. Being John Malkovich. Spike Jonze. Te vuela la cabeza. En el piso 7 y 1/2 de una empresa hay un portal a otro mundo: la psique de un actor real y famoso, John Malkovich. En el viaje a la cabeza de Malkovich cada quien manipula la circunstancia según sus apetencias y deseos. Finalmente, el cuerpo cual títere del actor es de alguna forma el escenario de las pasiones de los protagonistas y de sus ansias de inmortalidad. Una idea muy loca desarrollada con audacia y resultado magistral.

16. Primavera, verano, otoño, invierno… y otra vez primavera. Kim Ki Duk. Si algo se agradece en la vida es conseguir una o un maestro que nos enseñe cómo enfrentar la belleza y el dolor. Esta es la película por excelencia de aprendizaje y avance de la infancia a la adultez y la muerte. Sin drogas y sin violencia extrema, nada más que la soledad fundamental ante los animales, el paisaje, y la sociedad. Esta película es triste y alegre en la proporción precisa. El Tao puede ser parte de nuestro asombro gracias a Kim.

17. El padrino I (la II y, sobre todo, la III no son imprescindibles). Francis Ford Coppola. La mafia italiana es un lugar común incorrecto, peligroso y seductor. Cualquier moralina se suspende ante la deliciosa narración de la vida de Michael Corleone, interpretado por el enormísimo Al Pacino, y la de su padre, Vito Corleone, encarnado por Marlon Brando, con ese rictus retorcido cual serpiente metálica. Los amas, los detestas, los vuelves a amar. No es posible aplaudir a Coppola sin aplaudir a Mario Puzo, el autor de la novela que dio origen a la película y quien también participó del guion.

18. El séptimo sello. Ingmar Bergman. Esto sí que es intensidad. Cine filosófico en el sentido más duro y difícil del término. No aburre, al contrario, desata ansias y deseos de comprensión, de entendimiento, de conciliación entre la razón y lo desconocido. Un caballero interpretado por el actorazo Max von Sydow juega una partida de ajedrez con la muerte, mientras dialogan sobre el sentido de la vida humana, la indiferencia de dios, y sobre un caballero jugando ajedrez con la muerte…

19. El ángel exterminador. Luis Buñuel. Gente rica celebra una fiesta en una mansión y de pronto, sin ningún motivo aparente, nadie puede salir, y nadie puede entrar. No están cerradas las puertas, una fuerza extraña lo impide. Los invitados de la pareja Nóbile, la crema de la crema mexicana, comienzan a desmoronarse con los horas, exhibiendo las miserias de su encumbrada clase social. Surrealismo crítico, agudo y graciosísimo, Buñuel interpela mientras juega con la psique, cual terapeuta loco. Lo amo.

20. Blade Runner (ambas). Ridley Scott / Denis Villeneuve. Doble pack de mi distopía favorita. Basada en la novela de Philip K. Dick: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, la película de Ridley Scott narra una historia de inteligencia artificial, bioingeniería, policías y autocracias. Todo muy actual, pero con una estética entre sombría y brillante, ya distintiva de un estilo que inauguró el film, algo como «cyberpunk». En 2017, con el apoyo de Scott, Denis Villeneuve estrena Blade Runner 2049, una continuación que le debe todo a la original, y por ello le rinde homenaje con su puesta en escena perfecta, actuaciones impecables y un ritmo narrativo hipnotizante. Fue un lujo poder verla en sala de cine.

* En una próxima lista me referiré específicamente al cine realizado por mujeres. Es terrible evidenciar que nuestra formación está basada en discursos emitidos por hombres. Es una tarea urgente investigar el cine hecho por mujeres al margen del canon y más allá de Hollywood. A vuelo de pájaro no pueden faltar Agnès Varda, Margarethe von Trotta, Jane Campion o Lucrecia Martel. Pero sí, son muchas más.

Giordana García Sojo (Mérida, Venezuela)

Editora, poeta y promotora cultural. Licenciada en Literatura Hispanoamericana y Venezolana por la Universidad de Los Andes (ULA). Diplomada en Gestión y Promoción de Derechos Culturales por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Su más reciente libro es el poemario Bajo el rezo animal (Ediciones Solar, 2022).

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