La lengua Maryse Condé

El escándalo sexual que atravesó a la Academia sueca del Nobel en 2018 derivó en su cancelación, luego de 70 años de entrega interrumpida. Una situación bochornosa para un espacio de tal encumbramiento elitesco, que sirve de vara legitimadora del canon literario occidental. En vista del vacío que se generó en el mainstream editorial de alta gama, surgió el Nobel “alternativo”, cuya galardonada fue la escritora guadalupeña Maryse Condé, nacida en 1937, y con un obra y trayectoria de peso y largo aliento.

Una se pregunta por qué Condé fue premiada en esta especie de tibio interín del premio Nobel, y no antes, o ratificada después, cuando ya el bochorno se coló bajo las alfombras, y los monóculos se erigieron de nuevo visionarios instrumentos de legitimación. En fin, esa rendija “alternativa” de la Academia sueca permitió que se diera a conocer una voz poderosísima, apenas traducida a otras lenguas luego de más de 40 años de trabajo literario, cuyos orígenes llevan directamente a uno de los mayores oprobios continuados del siglo XXI: el colonialismo.

Maryse Condé nació en las llamadas “Antillas”, regiones de “ultramar” “conquistadas” por reinos europeos, y que se convirtieron en preseas de los conflictos internos entre españoles, ingleses, franceses y otros imperios coloniales. Producto de estos juegos de tronos, Guadalupe fue entonces, y sigue siéndolo hoy, colonia francesa. De Guadalupe enmascarada como un “departamento
francés de ultramar” es nuestra autora, quien hace de este hecho, o más bien, de esta procedencia geocultural, su encarnadura experiencial, y su materia de creación.

Esta explicación puede resultarnos innecesaria y hasta pueril a muchos de quienes nacimos y vivimos en América Latina y el Caribe, pero es sorprendente cómo se desconoce hoy en día en las “metrópolis” europeas la existencia no solo de “islas de ultramar” que son colonias europeas o estadounidenses (en todos los continentes), si no de su historia y de su gente. Condé, guadalupeña, comenzó a ser traducida al español y al inglés luego de ganarse el mencionado “Nobel alternativo”. Desde entonces ha comenzado a ser mucho más leída y reconocida, pues en Francia, a pesar de poder ser entendidas sus novelas, apenas se mencionaba. Hoy, ella afirma que no escribe en francés ni en “criollo”, ella “escribe en Maryse Condé”, una lengua propia para narrar-se.

La vida de la autora ha estado enmarcada en una fuerte contradicción indentitaria, propia de la superposición de mandatos culturales y de resistencias, de balancines entre la alta y aspirada cultura francesa, la negritud africana del origen, y el desenvolvimiento cotidiano de la criollidad guadalupeña. Toda su obra da cuenta de ello y de una contradicción más, ser mujer en un mundo donde la educación y las luces estaban resguardados para y por los hombres. Sin embargo, Condé no se asume feminista, pero vaya que en sus obras se ejerce la crítica y la deconstrucción feminista, atravesada de cabo a rabo de una gran honestidad experiencial.

He escrito varias veces esta palabra: «experiencial», y es que en la obra de Condé la vida que le ha tocado como niña, madre, mujer, escritora, trabajadora, amante y militante, es parte fundamental y constitutiva de una forma única de narrar, una poética si se quiere, una estética, una lengua: la Maryse Condé.

Corazón que ríe, corazón que llora: el deseo es un lugar político

Esta novela es sin duda un relato autobiográfico, allí la claridad de la fuente experiencial de la ficción de Condé, que además escribe una segunda parte titulada La vida sin maquillaje.

Fotografía de la familia Condé en Guadalupe. Marysa es la niña de vestido blanco.

Corazón que ríe… trata de la niña Maryse, creciendo en Guadalupe, en el seno de una familia aburguesada de negros que aspiran ser parte de la sociedad francesa, esto es, del canon de la metrópoli, por supuesto blanco y occidental. Los padres de Maryse forjaron un marco riguroso de formación para que sus hijos fuesen lo menos “negros” posible, lo menos guadalupeños o criollos y, por supuesto, lo menos africanos. La novela puede catalogarse como bildungsroman o relato de aprendizaje, aunque a ciencia cierta se trata en este caso de un des-aprendizaje de la pesada imposición materno-paterna-societal de una clase, una lengua y un imaginario ajeno al experimentado en la cotidianidad y en el cuerpo de la niña.

Escribe Condé:

De todos modos, acertaba a entrever, más allá de la celda a la que todos me destinaban, rendijas por las que conseguiría colarme. Cuando, sin aliento, llegué a la Rue Alexandre Isaac, mi madre acechaba en el salón. ¿Qué bicho me había picado, corriendo como una loca a pleno sol? ¿Es que no me veía lo suficientemente fea y negra? Parecía una africana.

La maestría narrativa de Condé logra que leamos una experiencia tan singular y acotada a una localidad y sus vicisitudes identitarias como un relato universal, capaz de hacernos sentir la indignación no solo de la denuncia anticolonial de fondo, sentimos con ella incluso la desilusión por no ser parte del modelo de cosas ansiados. Sentimos con ella el deseo y el sopor de la de la alienación racial y cultural, aquella desmenuzada por Frantz Fanon en el clásico libro Piel negra, máscara blanca.

En un episodio que describe el deseo de encajar en la escuela, nos cuenta cómo, en una estrategia inversa de supervivencia, la niña Maryse cumplía su rol de mitad prodigio, mitad fenómeno:

No daba yo abasto con tantas invitaciones para comer, para pasar el fin de semana en la casa de campo de sus padres. Solía aceptar. Sin embargo, de vuelta a la residencia, era bien consciente de haber estado interpretando el papel de la negrita virtuosa. No, no venía de ningún campo de caña. Sí, mis padres eran gente de bien. Sí. En mi familia siempre hablábamos en francés.

Fanon y Aimé Césaire se atisban en el derrotero intelectual que va fraguando Maryse luego de un doloroso proceso de deconstrucción. Sin embargo, recordemos que la autora escribe en lengua Maryse Condé, y si bien se rastrean influencias fundamentales, en todo momento la originalidad de pensamiento se desprende en el relato de la experiencialidad de esta niña, que debe debatirse con luces propias entre varios mundos e ideales. Otro de los valores de la obra es que la voz narrativa del personaje infantil está construida con tal grado de verosimilitud y fluidez que nos identificamos con ella de inmediato, a la par de comprender otra voz adulta que reflexiona paralelamente, sin ruptura y de manera armónica. 

La condición de niña, hembra, mujer, hija (y probablemente madre), es sustancial al recorrido experiencial del personaje Maryse. En una escena memorable asiste por accidente a un parto difícil en una casa muy pobre a donde fueron de visita, su madre –uno de los personajes más duros de la novela– se deshace de toda la parafernalia de clase y acude cual nodriza a apoyar el alumbramiento, ante los ojos atónitos de una niña que nunca había visto a su madre en ningún menester que no requiriera altivez. Esta es una de las relaciones más difíciles y puntillosas de la historia. Si bien Maryse tendrá en su hermano Sandrino un modelo de rebeldía y hambre de conocimiento, éste apenas es mencionado, el resto de la familia, en cambio, se construye como una presencia constante, específicamente su madre, quien será el receptáculo de todo el miedo al rechazo social y a la expulsión.

Sin embargo, a medida que la niña crece, se acerca a una comprensión compasiva de sus padres, quienes para sobrevivir a un pasado de vejaciones y rechazos, quisieron transformar a toda costa a sus hijos en otra posibilidad de clase, raza y procedencia.

Se sabe mientras avanza en la lectura que la niña Maryse será una gran intelectual. Su inteligencia y voracidad lectora está presente, sin mengua de la humanidad de una niña acorralada y presa de múltiples imposiciones. En alguna parte se refiere a las clases de Madame Épée, quien se burlaba de ella y de otra niña de procedencia africana:

…las clases de francés se convirtieron en zoológicos donde la guardiana nos exhibía cual bestias enjauladas. Circos donde la domadora nos forzaba a pasar por el aro. Villon, Du Bellay, Chateaubriand, Lamartine, toda la literatura francesa se convirtió en mero instrumento de tortura.

Al terminar la primaria, Maryse se irá a Francia, aún siendo menor de edad estudiará en La Soborna, y allí son otras las decepciones y nuevas búsquedas que se le presentarán, y que ella misma trazará, siempre entrelazadas con la inconformidad ante un estado de cosas precario, que debe cambiarse y, para ello, comprenderse.

Finalmente, el libro deja un deseo tremendo de continuar. Está narrado a través de capítulos breves, redondos cada uno en su anécdota y forma, pero hilvanados en el trasunto del tiempo de crecimiento y paso a la juventud. De alguna forma la autora nos cuenta cómo deconstruyó y reconstruyó un compendio de valores, de acuerdo con su experiencia de vida física y espiritual, anclada en un aquí y un ahora muy concretos, pero rebozados de deseos.

Esta reseña fue publicada por primera vez en la revista ALAI, N° 556 (junio, 2023).

Giordana García Sojo (Mérida, Venezuela)

Editora, poeta y promotora cultural. Licenciada en Literatura Hispanoamericana y Venezolana por la Universidad de Los Andes (ULA). Diplomada en Gestión y Promoción de Derechos Culturales por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Su más reciente libro es el poemario Bajo el rezo animal (Ediciones Solar, 2022).

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