Carlos Fuentes y su mapa personal de la novela moderna*

“Poblar los desiertos que rodean los oasis de la satisfacción, dar voces al motín del silencio, llenar las páginas en blanco de la historia, recordarnos y recordarles a nuestros contemporáneos que no vivimos en el mejor de los mundos posibles. El novelista ha extendido los límites de lo real, creando más realidad con la imaginación, dándonos a entender que no habrá más realidad humana si no la crea, también, la imaginación humana”, anota Carlos Fuentes en uno de los párrafos finales de su libro Geografía de la novela (Alfaguara, Madrid, 1994). Este título también corresponde al ensayo último del libro, donde Fuentes hace una reflexión sobre los sentidos de la novela, entendiéndola como posibilidad amplia de vindicar la extraordinaria riqueza del mundo.

Desde hace tiempo estuve esperando que un escritor hispanoamericano se asomara a la ventana de la novelística mundial con sentido ecuménico y cosmopolita, y debo admitir que Fuentes cubrió mis expectativas. La mayor parte de la prosa de interpretación que se escribe en América Latina peca de nacionalista, de parcial o de tercermundista, lo contrario de las razones que esgrime Fuentes en su libro. De los once escritores que aborda el mexicano en esta obra hay sólo cuatro hispanoamericanos: Borges, Roa Bastos, Sergio Ramírez y Héctor Aguilar Camín. Pero en la reflexión inicial, denominada “¿Ha muerto la novela?”, Fuentes cita con frecuencia a García Márquez, Carpentier, Rulfo, Onetti, César Aira, Luis Rafael Sánchez y otros, lo cual nos confirma su perenne preocupación sobre la ficción en América. En este trabajo introductorio Fuentes nos dice que la imaginación trabajada por la experiencia, produce el conocimiento, y que “el problema se desplazó de la pregunta ¿Ha muerto la novela? a la de ¿Qué puede decir la novela que no puede decirse de ninguna otra manera?”. Todo ello otorgando a la realidad –o a la información cotidiana– un rango superior: “Al territorio de lo no-escrito, que siempre será, más allá de la abundancia o parquedad de la información cotidiana, infinitamente mayor que el territorio de lo escrito. Lo sabía Tristram Shandy, cuyo problema era escribir diez veces más rápido de lo que había vivido…”.

Uno de los aspectos que más atrae de la concepción de Fuentes es la abolición de los dogmas tejidos a menudo en torno a la creación novelística, a saber: el realismo contra la fantasía y aun contra la imaginación; el nacionalismo contra el cosmopolitismo, y el compromiso contra el formalismo, el artepurismo y otras formas de la irresponsabilidad literaria. Me seduce la vindicación de la fantasía que establece Fuentes para la obra narrativa, y la severa crítica que hace del realismo. En la obra de Franz Kafka ve, por ejemplo, “una descripción de la universalidad de la violencia como pasaporte sin fotografía de nuestro tiempo”, cosa que no era muy bien vista por las mentalidades filantrópicas de los años cincuenta, según las cuales la novela debía ser “el reflejo fiel de una supuesta realidad que, de serlo, debería bastarse a sí misma sin necesidad alguna de libros”. Ni la novela ni la literatura en general tendrán que responder a un programa progresista, ni reflejar los buenos sentimientos e ilusiones de la clase política. La novela, la narrativa en general, es en cierto modo una crónica donde se muestra toda la inhumanidad del hombre para humanizarlo, buscar sus propias carencias y enfrentarlo con sus pequeñeces y miserias. Me atrae esa idea según la cual el arte se mueve en el terreno de la libertad, para enseñarnos lo que no sabemos, y todo a través de la capacidad de imaginar, pues la novela “ni muestra ni demuestra al mundo, sino que añade algo al mundo, crea complementos verbales del mundo”. Dentro de este proceso de gestación, las cuestiones básicas quizá sean disolver las fronteras artificiales que se han establecido entre “realismo” y “fantasía”, y el otorgar cierta intemporalidad al hecho creativo que, aun cuando refleje el espíritu del tiempo donde nace, no es idéntico a él.

Concuerdo con Fuentes cuando afirma que nuestra literatura comienza a ganar prestigio en el mundo cuando rechaza los códigos del realismo, a partir de escritores como Borges, Asturias, Carpentier, Rulfo y Onetti. Con ellos, nuestro lenguaje y nuestra inventiva se han expandido, más allá de los dogmas del compromiso o el nacionalismo. Ello no significa la invalidación histórica del realismo, ni mucho menos que tengamos que prescindir de escritores como Faulkner o Rómulo Gallegos, cuyas obras se abren hacia el pasado, pues según nos dice Fuentes “no hay futuro vivo con un pasado muerto”, y aún más: “La tradición y el pasado sólo son reales cuando son tocados –y a veces avasallados– por la imaginación poética del presente”.

Pocas veces me he sentido tan estimulado con la lectura de un ensayo sobre ficción como con este libro de Fuentes, escrito sin aires doctorales, magistrales o académicos. Es el ensayo de un novelista, realizado con frescura y fervor, pero también sin complejos culturales: es un escritor que arroja una mirada en gran angular a escritores modernos de todo el mundo. Nos dice el mexicano que el tiempo de la escritura es finito, pero el tiempo de la lectura infinito; el significado de un libro nos mira desde el porvenir, y privilegia en el arte de la novela el instrumento más complejo de crítica global, creativa, interna y externa, objetiva y subjetiva, individual y colectiva, rematando su juicio con esta afirmación admirable: “La novela es el arte que gana el derecho de criticar el mundo sólo si primero se critica a sí misma”. Finalmente, vindica Fuentes para la novela el que es acaso el acto que nos justifica mejor, en nuestro breve paso por la tierra: “Leer una novela: acto amatorio que nos enseña a querer mejor y que nos enseña también a tener conversaciones espléndidas con nosotros mismos”.

Por supuesto, hay otros asuntos que podríamos llamar “técnicos”, entre ellos dos conceptos asomados por Bajtín, como la conjunción de tiempo y espacio que hace visible el tiempo de la novela en el espacio de la misma, y el de la novela dialógica, o de diálogo múltiple con el lector. Asimismo, la noción de lo excéntrico o lo inacabado, de lo que no es aún, sino de lo que está siendo. Esta idea de lo inacabado puede asociarse, creo, a la de una novela abierta como la de Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero, que en cada capítulo ofrece una novela nueva, y nos deja en la permanente duda o tensión de cómo va a continuar; todo ello mediante un extraordinario humor.

Estas son apenas breves glosas sobre la parte inicial de Geografía de la novela. Sería un tema de reflexión independiente referirse a cada uno de los ensayos que lo componen. Llama la atención que Fuentes dedique su primer acercamiento a Borges, que nunca escribió una novela, y se refiera a él diciendo que “abolió las barreras de la comunicación entre las literaturas”. Leyendo a Borges nos dimos cuenta de que no hacía falta ser eruditos para acercarnos sin complejos a autores europeos o de cualquier país lejano; todo lo que necesitábamos era sensibilidad e imaginación. En Borges está presente, como dice Fuentes, “la defensa de la imaginación parcial contra el absolutismo filosófico. A través del juego, el humor y la ironía, Borges impide al pensamiento instalarse autoritariamente, como un absoluto”.

Son muchos y muy ricos los juicios contenidos en este trabajo sobre Borges, como para pretender comentarlos aquí. Apenas podré referirme de manera fragmentaria a algunas frases suyas sobre los autores estudiados.

Sobre Juan Goytisolo: “Descubrió la manera de escribir la novela del otro, el inmigrante y sus desplazamientos. Lejos de toda intervención filantrópica o panfletaria, dotó al evento y sus protagonistas de un narrador y de una materia narrativa (…)”.

Sobre Augusto Roa Bastos: “Los temas de este gran autor hispánico son el yo y el otro, el destino individual y el destino histórico visto como destino compartido. Al escribir la novela y la historia, escribe una vida que sólo puede ser nuestra si asumimos la responsabilidad de comprender la vida del otro”.

Sobre Sergio Ramírez y su novela Castigo divino: “Novela escrita con la diversidad de lenguajes que identifica el estilo mismo de la novela a partir de Cervantes, pero sobre todo con el estilo de la novela cómica, Castigo divino incluye al lenguaje del cine, supremo espectáculo de lo moderno”.

Sobre Milan Kundera: “La pérdida del paraíso, leemos en La vida está en otra parte, sólo nos permite distinguir la belleza de la fealdad, no el bien del mal. Adán y Eva se saben bellos o feos, no malos o buenos. La poesía está al lado de la historia, esperando ser descubierta, ser invitada a la historia por el poeta que confunde el idilio violento de la revolución con la tragedia serena de la poesía”.

Este lugar poético también tiene un eco en Artur Lundkvist, cuya ficción puede resumirse en la frase: “Sé que estoy viajando todo el tiempo”, y en Italo Calvino, novelista de novelistas, a mi modo de ver el escritor más notable de Europa en los últimos treinta años, por lo menos: “Calvino ve la superficie de las cosas sólo para darse cuenta de que es su mente la que observa y su mente ve lo que imagina: lo objetivo y lo subjetivo, lo superficial y lo profundo, se resuelven en el acto imaginario, es decir, una poética radical basada en la búsqueda de lo que espera ser dicho (…)”. Los demás novelistas estudiados son György Konrád, Julian Barnes y Salman Rushdie.

Yo añadiría en esta lista al propio Carlos Fuentes, cuyas obras breves me interesan personalmente más que las de largo aliento. Y no me interesan por breves, sino por intensas. Releo frecuentemente Aura, Gringo viejo y Cumpleaños, y ahora comienzo a deleitarme con el humorismo dramático de Diana o la cazadora solitaria. Sobre éstas he escrito algunas páginas que pienso completar algún día.

Que me dispense Carlos Fuentes por hacerle oír sus propias palabras. Con la certeza de tener hoy entre nosotros a uno de los hombres más lúcidos del continente, yo quiero decirle que no sucumbiremos nunca a un modelo tiránico de la existencia; que estamos, como él, inmersos en la aventura de imaginar la realidad para hacerla más humana.

* El 25 de octubre de 1995 Carlos Fuentes visitó Caracas y Gabriel Jiménez Emán lo acompañó en un foro sobre su obra en la sede de la Biblioteca Nacional de Venezuela en Caracas donde participaron, entre otros, Rafael Arráiz Lucca y Alexis Márquez Rodríguez. El presente texto fue leído por Jiménez Emán en presencia del escritor mexicano.

Gabriel Jiménez Emán (Caracas, 1950)

Narrador, poeta, ensayista, investigador, editor y traductor. Ha cultivado con especial fruición el cuento breve. Tiene una obra prolífica en diversos géneros. Entre sus libros de cuentos se encuentran: Los dientes de Raquel (1973), Relatos de otro mundo (1988), Tramas imaginarias (1990) y El hombre de los pies perdidos (2014); las novelas: La isla del otro (1979), Mercurial (1994), Averno (2006) y Limbo (2019); los poemarios: Narración del doble (1978), Baladas profanas (1993) y Proso estos versos (1998); los ensayos: Diálogos con la página (1984), Provincias de la palabra (1995), Espectros del cine (1998) y El laberinto ensimismado de Kafka (2023), entre otros. Ha sido merecedor del Premio Municipal de Narrativa del Distrito Federal, el Premio Nacional de Narrativa Orlando Araujo y el Premio Nacional de Literatura.

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