Los dientes de Gabriel

Conocí al escritor Gabriel Jiménez Emán a mediados de los años setenta en Mérida. En esa época la ciudad  era un hervidero de manifestaciones culturales extrañas para su tiempo, y que iban desde el movimiento hippie y la psicodelia hasta el primer festival piroaudiovisual de Venezuela; las grandes manifestaciones estudiantiles en la ciudad, no exentas, en ocasiones, de muertos o desaparecidos. El Valle, La Mano Poderosa, El Páramo de los Conejos, El Molino, eran puntos de convergencia de una magia de ensueño que podían equivaler a lugares distantes, en puntos de encuentro  paralelos a Katmandú, Xanadú o Tombuctú, lugares a los que solo se podía acceder a través de la puerta de los paraísos artificiales. Uno podía conseguir a la gente más estrafalaria y extraña en las montañas buscando el elíxir de la vida, el amor libre, la Amanita muscaria de los antiguos dioses y la Era de Acuario. A la par de ellas, eran también los tiempos de una Universidad combativa y rebelde que defendía sus derechos en la calle. Mérida era una ciudad pequeña, que iba de la pacatería religiosa al más absoluto cosmopolitismo, llena de vitalidad y de una intensa vida cultural por doquier. Buena parte de los eventos culturales más importantes, o los grandes artistas que venían a realizar presentaciones en Caracas, incluían a esa pequeña ciudad como parada obligatoria para un concierto o una conferencia. A esa pequeña urbe en medio de la Sierra Nevada, llegaba un joven recién venido de Europa, de cabellos largos y barba de fauno y que ya traía en su maltrecho equipaje de poeta y bohemio un pequeño libro de cuentos fantásticos: Los dientes de Raquel, cuya primera edición fuera publicada en 1973 por el sello editorial La draga y el dragón, del Catire Hernández D´Jesús. Hay que señalar, también, que estas ediciones albergaron buena parte de la obra de quienes conformaran la gran aventura ballenera.

Así que esta niña de dientes enormes que mordía manzanas y devoraba conciencias, vino a trastocar la apacible modorra de una narrativa que transitaba los aburridos y sedativos discursos de lo “nacional” (mal concebido), por un lado, y, por el otro, una apuesta experimentalista que acabó, ciertamente, agotada en sí misma.

De lo que se trata, y eso aquel escritor en ciernes lo sabía muy bien en su momento, era de transgredir los espacios de una realidad opresiva que colmaba la cultura nacional; pantagruelizar, ironizar la vida, ponerla al revés; patas arriba; en fin, nada que no hayan hecho los verdaderos creadores y artistas a lo largo de la historia: nadar contra la corriente hacia nuevas y esplendorosas islas de posibilidades.

De seguro no sabía Gabriel –ni Raquel– del enorme impulso que esa pequeña obra daría a la minificción venezolana y latinoamericana de su tiempo. Esos breves e irreverentes relatos destacaban nuevas formas discursivas y nuevos escenarios de la brevedad como planteamiento estético y filosófico. Saludada por la crítica, Los dientes de Raquel inauguraba una singular forma de narrar; limpia, educada, sin aspavientos, aparentemente formal, solo que dentro de esa formalidad latía una máquina precisa de relojería que se dirigía sin miramientos a dar un certero hachazo en el frágil cuello del lector. La década de los setenta, sin lugar a dudas, fue vital en la construcción de un imaginario de la brevedad. Languidecían las envejecidas vanguardias que vieron en el sueño y el absurdo un nuevo jardín para su cosecha de flores venenosas. Aunque ya en la década anterior obras como El osario de Dios (1969), extraña y fantasmal de Alfredo Armas Alfonso, o Rajatabla (1969) de Luis Britto García, solo para nombrar dos autores importantes que venían cultivando la brevedad como discurso. Si Armas Alfonso indagaba en las voces, tradiciones e historias populares de la fantasmagoría de los pueblos de la Cuenca del Unare y Britto García en la historia sociopolítica y cultural del país. Gabriel Jiménez Emán dirigía sus baterías (no bacterias dentales) hacia el asombro y el desconcierto, lo absurdo y lo paródico, la irónico y sorpresivo. Textos corrosivos como la sangre del Alien de Ridley Scott, nos seducen e interrogan a través de la mirada de una niña, que puede ser limpia y diáfana, pero también fatal y perversa. En sus manos se teje la ficción como en los brazos de Aracné. Además, Raquel tiene una hermanastra llamada “Lucía las amapolas y el sol”: «La casa estaba ahí, es cierto, hecha para ella, para que todas sus puertas se abrieran a las amapolas y al sol. Lucía también estaba allí, parada delante de sí misma, en la búsqueda de nuevas esencias. Todo construido con pedazos de hermoso fuego. Todo levantado de los otros nombres, porque esa Lucía de quien hablamos jamás ha estado delante de un jardín lleno de pájaros o mariposas, nunca ha tenido una amapola entre sus manos. Esa Lucía es solo el otro nombre de la Lucía que escribe, de la Lucía que fluye desde el fondo de lo que nunca ha sido. Y es ella, la prisionera de la que ahora deambula por ahí, entre las callejuelas oscuras, buscando una posible puerta que dé al sol».

Relatos como el de Lucía, o “El Sr. Scott mira un pájaro en el espejo” son textos de una extraordinaria belleza y sencillez que se aproximan a un verdadero sentido y sentir poético del relato. Cuando se escribe literatura de verdad no basta solo con contar. Muchos escritores se equivocan aquí. El lenguaje también es música. Y si no somos capaces de descubrir esa musicalidad de las palabras que habita en nosotros, entonces… estamos, irremediablemente, perdidos. Esta es una literatura de ideas irreverentes, juegos de espejos, sorpresas, situaciones límite absurdas, como tomar a una extraña y desconocida fruta y saber que va a explotar de un momento a otro.De lo que si podemos estar seguroses que de allí no saldrán ilesos. Algo en el alma de seguro les va a pesar más, nunca sabremos si la consciencia. Otras obras del universo de la brevedad como Saltos sobre la soga del año 1975 y Los 1001 cuentos de 1 línea solo vienen a confirmar el rigor y la fortaleza de un escritor que ha venido a lo largo de cincuenta años (y los que faltan) elaborando una obra vasta y diversa donde la brevedad es parte primordial y notoria. Ahora que los textos breves parecen una moneda común para el consumo cultural

A lo largo de cincuenta años Gabriel Jiménez Emán ha venido construyendo la obra de un verdadero polígrafo. Maestro indiscutible del cuento breve, ha cultivado diversos géneros como la novela, el ensayo, la poesía, la crónica, la ciencia ficción, la novela histórica, la entrevista, con no menos logros. Sin contar con sus traducciones de Bob Dylan, de Auden, de los Beatles y de tantos otros. Esa pequeña obra escrita apenas hace un decalustro, aún tiene muchas cosas que decir, pueden estar seguros.

Gabriel Jiménez Emán (Caracas, Venezuela, 1950).

Narrador, poeta, ensayista, traductor y editor. Autor referencial del microrrelato en América Latina. Ha publicado libros de poesía y ensayo que le han hecho acreedor de varios reconocimientos en su país, como el Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal, el Premio Romero García de Narrativa, el Premio Solar de Ensayo (Mérida), el Premio Lazo Martí de Poesía, el Premio Nacional de Poesía de Monte Ávila Editores y el Premio Nacional de Literatura de Venezuela en 2019. Ha dirigido revistas literarias como Rendija, Imaginaria, Imagen y Fábula. Ha desarrollado una amplia labor de divulgación de la literatura y la cultura venezolana.

Wilfredo Machado (Lara, Venezuela, 1956)

Poeta, narrador y editor. Licenciado en Letras por la Universidad de los Andes (ULA). Fue agregado cultural de Venezuela en Brasil. Ganador del concurso de cuentos de El Nacional en 1986; del Premio Municipal de Literatura en 1995 con Libro de animales; y del Premio de Narrativa del Ministerio del Poder Popular para la Cultura en 2009. Entres sus obras destacan Contracuerpo (Fundarte, 1988), Libros de animales (Monte Ávila Editores, 1994; Alfadil, 2003), Poética del humo (Fundación para la Cultura Urbana, 2003), Diario de la gentepájaro (Editorial El perro y la rana, 2008), Corazones sombríos y otras historias bizarras (Monte Ávila Editores, 2015), La noche de Prometeo (Editorial El perro y la rana, 2015), El rey de los pobres (Fundecem, 2017), El pez de los sueños (Monte Ávila Editores, 2022) y Animalia y otros seres monstruosos (Fundarte, 2023). Sus cuentos han aparecido en numerosas antologías de cuentistas venezolanos e hispanoamericanos, algunos de ellos han sido traducidos al portugués, italiano, francés, inglés, hebreo y búlgaro.

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