Ana Enriqueta Terán, con su mano de hoy, únicamente

Ana Enriqueta Terán despertó la sensibilidad por escribir en la biblioteca de su padre, Don Manuel María Terán Labastida, un asiduo lector, artesano y campesino que conservaba una gran biblioteca con los clásicos de la literatura: Chateaubriand, Selma Lagerlof, Henry Longfellow, Jane Austen, Edgar Allan Poe, Teodoro Dostoievski, Balzac, Víctor Hugo, Gustave Flaubert, Góngora, entre otros. Estos títulos llegaban por encargo, cada cierto tiempo, al puerto de Maracaibo. Por ello, desde niña cultivó la tradición familiar de leer en voz alta a los clásicos, y con siete años de edad comenzó a escribir su novela Apuntes y congojas de una decadencia novelada en tres muertes.

Sibila y misteriosa,[1] custodió con celo de hembra el idioma. Empolló verbo como culto señalado por Dios. Ana Enriqueta Terán nos dice que el poeta está advertido por un dedo invisible para aguardar rituales antiguos, custodiar palabras y sostener un mural de tiempo.

Ya aseveró la poeta Juana de Ibarbouru que Ana Enriqueta maneja el idioma como quien lo inventa para sí. Su exaltación del lenguaje para alabar la casa, el paisaje, la memoria familiar le viene dada por la influencia de los clásicos del siglo de oro español (Góngora y Garcilaso) cuya preocupación está centrada en tallar las palabras, esculpirlas exactas; celebrar la naturaleza, su tierra que es también su sangre.

Desde su primer libro Al norte de la sangre, hasta el último, Ana Enriqueta celebra la vida en una voz que oficia ceremonias sagradas. Se nos presenta como “una sacerdotisa” que construye un lugar: su casa natal. Una hacienda de 1918 donde los oficios alaban la casa: hacer el pan, hacer ropas claras, sembrar alimentos. Todo era hecho con las manos.

Expresa Patricia Guzmán en el prólogo del libro Casa de Hablas (Guzmán, 2014) que Ana Enriqueta, ungida de estos principios, consagra una vida al oficio de artesana de la palabra y se dedica a esculpir “los ríos del alma”: ríos de Venezuela que van a dar al sur.

Su entrega amorosa devela aquello que San Juan de la Cruz llamó “las profundas cavernas del sentido”. Nuestra poeta, a pesar de haber experimentado con el verso libre, prefiere las formas clásicas por sentirse en absoluta libertad. Terán, apoyada en esta tradición, nos propone una poesía que al igual que Petrarca muestra el paisaje del Sur como correspondencia de sus sentimientos. Hurgando en la memoria familiar nombra ríos, flores, árboles, paisaje que celebra y en el que se funde.

A su juicio, estas formas obligan a un manejo más profundo del idioma. Por esta razón, siempre mostró interés por escuchar a los jóvenes con el ánimo de guiar y

acompañar su proceso de escritura. Era severa con la crítica y generosa con las voces auténticas.

Durante su estadía en Morrocoy y Jajó se dedicó a enseñar a leer a los niños que frecuentaban su casa. En Valencia recibía a jóvenes poetas de la ciudad y del país que iban a su casa a leer sus textos. Aunque no estaba de acuerdo con los talleres de poesía, porque a su juicio se corre el riesgo de escribir como el ductor, consideraba que cada quien va encontrando una voz propia en la medida que escucha y lee a otros. De esta manera entraba el idioma y era posible escribir sin dejar ver la costura del poema. 

Ante los cambios suscitados en el contexto literario de su época, como consecuencia de la muerte del dictador Juan Vicente Gómez, la poeta se inscribió en la influencia  hispanizante asumida por un grupo de escritores que prefirieron sostener la estructura clásica, de la que Andrés Bello sería su máximo exponente.

Nos dice Juan Liscano que nuestra literatura siempre ha expresado cierta rebeldía, como consecuencia de ese proceso transitorio que llevó a Venezuela a convertirse “de una sociedad agraria latifundista, a una sociedad regida por los ingresos petroleros y gobernada bajo la amenaza de la imposición de un régimen militar”. Según su apreciación, esta rebeldía sufrió procesos graduales de interiorización y complejidad del lenguaje, tomando como punto de partida el medio ambiente geográfico, social y psicológico del ser.  La literatura trascendió la referencia de la naturaleza para insertarse en un espiral cada vez más íntima, en lo que él denomina una interiorización yoica.

Después del grupo Viernes, la poesía venezolana se diversificó en muchas tendencias. Sin embargo, la poeta se inclinó por las formas heredadas del barroco español, dando lugar a una voz propia en su anhelo por nombrar la naturaleza mostrándola en todo su esplendor. Al contrario de los poetas de su generación, se afianza en la solidez de las formas clásicas del poema.

La obra de Ana Enriqueta Terán se inscribe en el florecimiento de la voz femenina dentro de la poesía venezolana. Proceso que se inicia a principios del siglo XX gradualmente y que ocupa el escenario, con una insurrección poética a la que paulatinamente se le otorga organicidad dentro del mapa histórico de la literatura del país.

Se le reconoce así en la trilogía de las voces precursoras de la poesía escrita por mujeres en la que se encuentran: Enriqueta Arvelo Larriva (1886-1968) y Luz Machado (1916-1999). De allí que viene a dar peso a la sincera desnudez de todo pudor.

“Ninguna mujer aparte de nuestra Delmira, tiene como Ana Enriqueta Terán ese místico y ciego arrebato que da al desnudo de cuerpo y alma, tal divina pureza de antigua estatua”, asegura Patricia Guzmán. Ana Enriqueta Terán tiene, entonces, la oportunidad de abanderar la voz mayor que signará mandatos en el lenguaje a las sucesivas generaciones, apoyada en las voces que esculpieron idioma en su casa: Andrés Bello, don Luis de Góngora y Garcilaso de la Vega.


[1] Guzmán, Patricia (2014). Prólogo del libro Casa de Hablas. Biblioteca Ayacucho.

Vielsi Arias Peraza (Valencia, 1982).

Poeta, docente, investigadora y promotora cultural. Miembro del Consejo de Redacción de la revista Poesía y de la revista Resolana. Ha publicado los poemarios Transeúnte (2005), Los Difuntos (2010), Luto de los Árboles (2021) y Mandato de Puertas (2022).

Ana Enriqueta Terán (Valera, 1918 – Valencia, 2017)

Su primer volumen de versos vio la luz en los años 40, exactamente en 1946. Esta selección de poemas apareció bajo el título Al norte de la sangre. Ese mismo año fue nombrada agregada cultural de Venezuela en la embajada de Uruguay; posteriormente, en 1949, formaría parte de la delegación diplomática de Venezuela en la Argentina, como delegada de la Asamblea de la Comisión Interamericana de Mujeres en Buenos Aires. En 1952 dejaría de la carrera diplomática para dedicarse por completo a la poesía. Entre sus libros destacan: Al norte de la sangre (1946); Verdor secreto (1949), Presencia terrena (1949), Libro de los oficios (1975), Música con pie de salmo (1985), Casa de hablas (1991); Albatros (1992); Construcciones sobre basamentos de niebla (2006), Autobiografía en tercetos con descansos y apoyos en Don Luis de Góngora (2007), Piedra de Habla (2014) y Extravagancias lúdicas (2016), y la novela Apuntes y congojas de una decadencia novelada en tres muertes (2014). Le fue otorgado el doctorado honoris causa por la Universidad de Carabobo (1988), y el Premio Nacional de Literatura (1988).

Publicaciones Similares